La UNQ en Science: nuevos avances para conocer el genoma verde
Los investigadores Luis Wall y Leandro Imanishi, pertenecientes al Laboratorio de Biología de Suelos de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), han publicado en la prestigiosa revista Science una investigación sobre la “evolución de la nodulación radicular en plantas fijadoras de nitrógeno”. Sus aportes contribuyeron a un ambicioso proyecto impulsado por un consorcio internacional conformado por especialistas de todo el mundo.
Ahora bien, ¿de qué se trata el trabajo? ¿Qué son las plantas fijadoras de nitrógeno? Como parte del proceso evolutivo, durante miles de millones de años un grupo específico de plantas –las más conocidas, tal vez, sean las leguminosas: sojas, porotos, arvejas– se han asociado con bacterias para realizar simbiosis (interacciones positivas, benéficas para ambas). El proceso funciona más o menos así: las bacterias ingresan en los nódulos de las raíces, toman el nitrógeno inerte del aire (no aprovechable) y lo transforman en proteínas. Así, entre otras cosas, ayudan a las plantas a crecer y a competir con otras especies. Tal como señala Wall: “A partir del proceso de fijación biológica ingresa el nitrógeno en todos los organismos vivos. Se trata de un fenómeno muy remoto, incluso anterior a la fotosíntesis”.
Bajo esta premisa, desde 1996 Wall sigue el rastro de un arbusto nativo de la Patagonia. Se trata de la especie Discaria trinervis, comúnmente conocido como “Chacay”; una planta que posee un mecanismo de infección ancestral muy particular que en la actualidad despierta el interés de la comunidad científica. “Es un modelo que nosotros estudiamos hace más de 20 años y cuya genética empezamos a conocer. Por este motivo, desde el consorcio nos contactaron para invitarnos a participar del proyecto e incluir a la especie Discaria trinervis en el análisis de evolución de la nodulación radicular. Aportamos el ADN y ARN de esta especie para que se pueda obtener su genoma”.
En el trabajo se compararon los genomas de las plantas fijadoras de nitrógeno con aquellas que no cuentan con esta cualidad, con el objetivo de estudiar los procesos evolutivos a través de los cuales las diferentes especies resignaron esta capacidad a lo largo de su historia. “El aporte de la investigación es innovador porque modifica el abordaje para observar la evolución de estas plantas y coloca el énfasis en un grupo de genes que serían fundamentales para hacerles recuperar la función a aquellos que los perdieron”, señala. Y completa, “además, si logramos comprender de qué manera las plantas forman nódulos fijadores de nitrógeno, se vuelve posible transferir esa capacidad a otros cultivos para reducir el empleo de químicos”. De esta manera, al conocer las particularidades de los mecanismos genéticos que regulan la actividad del genoma de estos seres vivos, se podría obtener un efecto secundario aunque fundamental: a través de fertilizantes biológicos sería posible disminuir la utilización de fertilizantes agroquímicos. Y de paso, conocer mejor esa “caja negra” que sigue constituyendo el suelo, un mundo subterráneo provisto de sus propias dinámicas, ritmos y particularidades.