Cátedra Abierta de Género y Sexualidades: entre la academia y la militancia política
Patricia Sepúlveda es docente e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Es Licenciada en Educación y Magíster en Ciencias Sociales y Humanidades con mención en Historia, graduada en esta casa de estudios. Además de coordinar la Cátedra Abierta de Género y Sexualidades, se desempeña como Consejera Superior. Desde ese lugar, expresa los vínculos entre teoría y militancia política a través de la reivindicación de la experiencia de las mujeres. “Hoy ser feminista no es una mala palabra”, dispara y enciende la conversación.
-¿Cuándo y cómo nació la Cátedra Abierta de Género y Sexualidades?
-Fue creada en octubre de 2013, me toca coordinarla y Dora Barrancos la dirige. El formato de Cátedra abierta existía previamente y había sido aprobado por el Consejo Superior; entre otras cosas, establece que debíamos radicarla en un Departamento y lo hicimos en el de Sociales. La modalidad indicaba que teníamos que planificar tres actividades por año, pero se ve que nos entusiasmamos y en 2019, de hecho, llevamos a cabo una decena de iniciativas. Dentro de nuestros objetivos iniciales estaba la realización de propuestas vinculadas a la sensibilización sobre las problemáticas de los géneros, la circulación de conocimientos sobre la diferencia generizada y la divulgación de los derechos de las mujeres y de las sexualidades disidentes. No obstante, fuimos por más.
-¿En qué sentido?
-Invitamos a figuras representativas del campo a dar charlas y a participar de eventos. En años anteriores, mientras se producían los debates alrededor del proyecto de ley por el aborto legal, seguro y gratuito, nos acompañaron mujeres emblemáticas que siempre protagonizaron la lucha y hoy son referencia. Realizamos tareas conjuntas con otras unidades académicas, como la Escuela Universitaria de Artes, el Departamento de Economía, o bien, con la Dirección de Cultura. El año pasado, desde la Cátedra y con la ayuda del consejero Daniel Badenes, impulsamos la resolución (que estableció el Consejo Superior) de adhesión a la Ley Micaela. La norma establece la capacitación obligatoria en la temática de género y violencia contra las mujeres para todas las personas que se desempeñen en la función pública en todos sus niveles y jerarquías. También nos encontramos con que, a pesar de que Argentina contaba con una Ley de Identidad de Género desde 2012 (n° 26.743), en la práctica la UNQ no tenía forma de dar curso al artículo n° 12.
-¿A qué refiere dicho artículo?
-A que cualquier persona debe ser reconocida con el nombre que se da, con independencia de que se modifique el DNI o no lo haga. Armamos una resolución que se vinculaba con establecer los procedimientos administrativos para que todos y todas sean identificados a partir de su autopercepción y aparezca de esa manera y no de otra en las listas de los docentes y en los padrones.
-La Cátedra comenzó funcionando como un espacio de diálogo e intercambio teórico, pero luego se transformó en un eje vertebrador de prácticas y promoción de cambios estructurales en la vida universitaria…
-Exacto. Hay una figura rutilante que es Dora Barrancos que tracciona gente. Lo que produjo la articulación con las otras unidades académicas guarda relación con el rol político que me toca cumplir en el Consejo y el apoyo de la gestión a esa política y a este abordaje de la realidad. Aprobamos un diploma de posgrado en “Géneros, feminismos y derechos humanos” que está funcionando perfectamente. Además, como si fuera poco, creamos una colección denominada “Géneros”. El primer libro ya lo teníamos listo y nos agarró la pandemia, pero verá la luz cuando todo esto pase.
-Desde hace muchísimo tiempo se preocupa por el abordaje de estas temáticas, ¿cómo se modificó el panorama en los últimos años? Imagino que no es lo mismo estudiar géneros y feminismos en 1980 que en 2020…
-La Cátedra es de 2013 y, para tener referencia, el Ni una menos es de 2015. Este movimiento provocó, efectivamente, el inicio de una demanda colectiva y masiva en las calles. Ya no es mala palabra identificarse como feminista, aunque cuando empecé era todo un tema. Mis compañeras de maestría me reclamaban que mi tesis tuviera más género y menos feminismo; argumentaban que le restaba cientificidad a mi trabajo de investigación. Lo recuerdo como si fuera hoy.
-Como si la ciencia no fuera política.
-Es por eso que el feminismo construye toda una postura respecto del conocimiento: frente a la objetividad y la neutralidad de la ciencia, que se pretende blanca y masculina, se oponen los conceptos de experiencia y de objetividad encarnada. En concreto, nunca dejamos de ser personas que interpretamos con nuestros escáneres políticos –el sexo y la clase– todos los temas que abordamos. Es una lucha que se construye paso a paso: lo más fundamental de la Cátedra es que, precisamente, no es solo un espacio académico sino también un lugar de militancia política.
-Ya que habla de la importancia del concepto de experiencia y de la militancia política, ¿de qué manera articulan con el territorio?
-Tenemos articulación directa con la subsecretaría de Formación, Investigación y Políticas Culturales (Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación) que dirige Diana Broggi y, a través de Dora, tenemos contacto asiduo con el Municipio de Quilmes. Habíamos pactado una charla con Mayra Mendoza, pero a comienzos de año no pudo venir por temas de agenda y de la gestión. Sin embargo, tuvimos a Eva Mieri, concejala del distrito, y conversamos sobre cuáles pueden ser los aportes del feminismo a la agenda política. Advertimos que existe una gestión feminista en el gobierno, un enfoque que es transversal a todos los espacios de la administración pública. Nosotras, hacia afuera de la UNQ pero también hacia adentro, proponemos una mirada antipunitivista.
-¿En relación a qué?
-Paso a contarte. Hace unos años, la Universidad aprobó el Protocolo de Acción en contra de la Violencia de Género en la UNQ. Ello implicó un avance enorme porque significaba el reconocimiento de que las mujeres sufríamos violencias de todo tipo y había que hacer algo al respecto. No obstante, la lógica comenzó a tornarse fuertemente punitivista. En muchos grupos feministas –sobre todo, de chicas más jóvenes– empezó a prender la idea de que hay que aislar al violento. Hay que desterrarlo; una situación que siempre me generó mucho ruido.
-¿Por qué le generaba ruido?
-Porque el feminismo, del modo en que lo comprendemos nosotras desde la Cátedra, no intenta reemplazar una subordinación o punición con otra. Desde mi perspectiva, no se puede reemplazar la dominación de los varones por el miedo de los varones. Las mujeres en 2016 eran enfocadas como víctimas y los hombres como victimarios: a mí ese lugar no me sienta cómodo, no estoy de acuerdo. Me parece que nadie termina aprendiendo nada a partir de los castigos. Cuando se sanciona a los hijos del patriarcado hay que explicarles por qué y reflexionar al respecto, si no no tiene mucho sentido. Si esencializamos categorías no vamos a ningún lado, sobre todo porque son rigideces que no se ajustan a las realidades en todos los casos.
-Comprendo. Entonces, ¿dónde colocaron los esfuerzos?
-Pensamos que hay un mundo más allá de la violencia y creemos que el aporte de la Cátedra puede ir en esta línea. En vez de entender al varón como violento, nos propusimos tratar de comprender a las masculinidades y a las diversidades desde otra óptica. Del mismo modo, colocamos la lupa en los derechos y las autonomías de las mujeres; me refiero al aborto y a las libertades sobre los cuerpos, la capacidad de decidir y de proyectar nuestra propia vida. Creo que todavía hay mucho por hacer, pero mucho cambió: ningún hombre en la Universidad expresa una grosería de manera gratuita y ello, sobre todo, remite a una transformación cultural.