Tras las huellas de la computadora más antigua de la humanidad

El aparato fue localizado en 1900 por un grupo de hombres que buceaba en las costas de Anticitera, isla griega ubicada entre Creta y el Peloponeso. Un auténtico tesoro hallado en las profundidades del mar, que desde hace décadas se somete a los exámenes de las lupas más prestigiosas del mundo. Su complejidad radica en su polifuncionalidad: mediante agujas concéntricas permitía definir la posición del sol, el día, el año, la ubicación de la luna y sus fases, la salida y la puesta de las estrellas, el sitio ocupado por los planetas (al menos los 5 que se conocían en esa época) e incluso predecir eclipses.
Además, en su cara posterior contaba con un calendario -lunisolar- mucho más preciso que el utilizado en la actualidad. Tan sólo implicaba agregar un día cada setenta y seis años, a diferencia del vigente que requiere de un ajuste cada cuatro (bisiesto). Como si esto fuera poco, también indicaba qué Juegos Panhelénicos (juegos Olímpicos, Píticos, Nemeos, Ístmicos) iban a desarrollarse esa temporada. Tal como afirma Carman, “ni más ni menos que eso, una verdadera computadora antigua que condensaba múltiples funciones”.

Sacale la firma
Si bien no se conoce al responsable de su diseño, existe evidencia de que podría haber sido el matemático más famoso de Siracusa. Así lo comprende el docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) quien explica: “Arquímedes construía aparatos similares al hallado. Sin ir más lejos, un texto de Cicerón en La República describe el mecanismo con bastante detalle. Puede formar parte de la ficción pero su observación es muy similar a la que nosotros reconstruimos luego de examinarlo por horas”.

Sin proponérselo, en base a una serie de cálculos el investigador comprobó que la tecnología era más antigua de lo que en principio se creía. “Si bien en un comienzo se suponía que el aparato era del 100 a.C, hoy sabemos que es un tanto más antiguo y que la fecha coincide, en base a una serie de ecuaciones matemáticas, con el escenario del que formó parte Arquímedes. No obstante, decir que él fue el autor es apresurado hasta el momento”, admite.

El cielo como necesidad
En la Antigua Grecia, la astronomía estaba en agenda y se necesitaba de mentes brillantes que exprimieran el jugo de ese laboratorio universal y democrático que los humanos denominan cielo. Se trataba de un tema de circulación social que no sólo pertenecía a los especialistas. Desde esta perspectiva, indica: “cuando las personas tienen su vida sincronizada con relojes no se necesita la ayuda de ningún evento del universo. En cambio, si no se puede es necesario que todos vean lo mismo y en simultáneo, y lo único que podemos ver en sociedad es el cielo”.

¿Una computadora? ¿Para quién? Si bien se han construido varias hipótesis -de posible utilidad para astrólogos, astrónomos profesionales o navegantes- se estima que el artefacto podría haberse configurado como un insumo apropiado para que Arquímedes y compañía ilustraran de una manera sencilla todo el conocimiento disponible en la época. “Ni más ni menos que ello: un ingenioso invento para democratizar el acceso a la ciencia. Una herramienta excelente para enseñar a alumnos curiosos”, explica.

 

Christián Carman, de perfil
Es doctor en Ciencias Sociales por la UNQ (2004) y licenciado en Filosofía recibido en la Universidad Católica Argentina (1997). En la actualidad se desempeña como Investigador adjunto de Conicet y es docente en varias instituciones. Sin embargo, aunque el presente lo encuentra consolidado, el camino no fue tan directo. Hasta 4° año del secundario tuvo la certeza de que estudiaría física, pues sentía una fuerte atracción por el mundillo de los números. No obstante, un profesor de su querido La Salle (Ciudad de Buenos Aires) modificó su rumbo y encendió una pasión oculta: la filosofía.

Más tarde continuó su formación en filosofía de la ciencia y la pregunta por las raíces del conocimiento robustecieron sus dimensiones. Su tesis de doctorado constata esta premisa al examinar si las teorías científicas inventan o más bien descubren los fenómenos que describen. En este marco, advirtió que uno de los campos más interesantes para abordar era el de la astronomía antigua, un escenario plagado de virtudes y contradicciones.

¿Puede una persona sentir pasión por la física, estudiar filosofía pero finalmente investigar astronomía? Sí. Carman obtuvo una beca, armó las valijas y se fue a Estados Unidos a trabajar con James Evans, uno de los principales exponentes en el campo. Durante los últimos seis años corre tras las huellas de un invento diseñado hace más de dos milenios: una tecnología que exprime su cerebro y concentra su atención.

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