Carl Sagan: una estrella que brilla por su presencia

Carl Edward Sagan nació el 9 de noviembre de 1934 en Nueva York y falleció hace exactamente 20 años, un 20 de diciembre de 1996 en Seattle. Desde pequeño, su curiosidad e inteligencia anticiparon un futuro promisorio que, con el tiempo, lo destacarían como astrónomo, astrofísico y cosmólogo. Interesado hasta la médula en la inteligencia extraterrestre, promovió el desarrollo de la exobiología a partir del proyecto SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence), formó parte del CSI (Committee for Skeptical Inquiry) junto a figuras relevantes como Isaac Asimov y Martin Gardner, e impulsó el envío de mensajes espaciales con el afán de comunicarse con civilizaciones desarrolladas en el “océano cósmico”.

Sin embargo, más allá de sus reconocimientos como científico y profesor universitario, Sagan ganaría popularidad gracias a la serie documental de TV estrenada en 1980, Cosmos: un viaje personal, de la que fue narrador y coautor.

Al respecto, el economista e investigador del Departamento de Economía y Administración Fernando Peirano afirma, “en tiempos de Guerra Fría, Cosmos ubicó al conocimiento en otro lugar, resaltando el potencial del método científico para ingresar en nuevos territorios, revisar preguntas existenciales y para constituir una ciudadanía planetaria”.

Del mismo modo, Daniel González, vicedirector del Departamento de Ciencias Sociales y profesor de la Licenciatura en Comunicación Social, comenta: “aun cuando el mayor reconocimiento se trate de su exploración por las ciencias astronómicas, también incluyó aspectos de la historia social, diversas miradas de cosmologías de culturas originarias y hasta anticipó el devenir de problemas sociales y medioambientales”. Además, “se destacó por un uso innovador de los efectos especiales, recursos ficcionales, y hasta la banda sonora contó con aportes de Vangelis. Por ello, aun cuando no fue la primera serie del género, su impacto representó una bisagra para el audiovisual científico”, complementa su descripción.

Dueño de un carisma particularísimo, disponía de una enorme capacidad para comunicar hallazgos científicos y avances tecnológicos, con un lenguaje tan sencillo como amable, pero sin resignar un milímetro de rigurosidad. Así, consolidaría su figura como un auténtico divulgador.

Desde aquí, el investigador y divulgador Diego Golombek señala: “Sagan nos dio tortícolis de ganas de mirar para arriba y pensar… en nosotros, quiénes somos, por qué, cómo. Se animó como nadie a salir de la academia y contar la ciencia, difundiendo ese particular modo de mirar y encontrar maravillas”. Operó como un verdadero punto de inflexión en el campo, pues, “su mirada, su pluma, sus metáforas, son inolvidables e inspiradoras: a partir de él cambió la divulgación científica”, completa.

Su defensa y sus esfuerzos por popularizar el conocimiento, su mente estacionada en la vida en otros mundos, su rechazo a la carrera armamentística de EEUU y la URSS, su promoción incansable del pensamiento crítico y su fe indestructible en la supremacía de la razón, operaron como sólidos precedentes. Su legado es tan contagioso que cruzó fronteras y se estiró hasta la actualidad.

En esta línea, Silvia Porro, a cargo del Proyecto de Enseñanza de las Ciencias de la Universidad, apunta: “Sagan fue uno de los divulgadores científicos más destacados del siglo XX; fue un precursor inestimable de lo que se hace en esa área hoy en día”. Y, luego, propone un enfoque integral que involucra la importancia de compartir los avances generados desde el entorno académico. “Pienso que es fundamental comunicar las investigaciones que producimos en el ámbito universitario, para contribuir a la información y a la educación de una ciudadanía crítica, capaz de tomar decisiones fundamentadas en temas tan importantes para sus vidas como, por ejemplo, la salud y las cuestiones socio-ambientales”, afirma.

Peirano comparte la perspectiva y suma un nuevo condimento a la mesa del saber: la emancipación. “Despertar la curiosidad, llevarnos más allá del límite de la cotidianidad, presentarnos nuevos horizontes, demostrar el potencial de los análisis científicos, son componentes de emancipación y las bases para una sociedad más abierta, que amplíe las formas de realización personal y que permita que el progreso material también se acompañe con una mayor densidad cultural e intelectual”, explica.

“La universidad pública es donde se genera buena parte del conocimiento… público. Así, tenemos la obligación de contar lo que hacemos, tanto por el avance del conocimiento mismo como para ayudar a resolver problemas de la comunidad que nos cobija, nos paga y nos hace rendir sanas cuentas”, concluye Golombek al respecto.

La serie Cosmos marcó a varias generaciones, tuvo una audiencia que superó las 500 millones de personas repartidas en 60 países y obtuvo tres premios Emmy. Sin embargo, la lista no ha culminado. Como si fuera poco, Sagan también se daba maña para escribir: en 1978 ganó el Premio Pulitzer de Literatura General de No Ficción, gracias a su maravilloso libro Los Dragones del Edén. Publicó aproximadamente 600 artículos científicos, realizó incontables colaboraciones para la NASA y fue responsable de una veintena de libros de divulgación, entre los que destacan Cosmos (que complementa la serie) y Contacto (en el que se basa la película homónima de 1997).

Desde hace dos décadas emprendió un viaje personal pero, afortunadamente, dejó sus valijas desbordadas de ganas, talento, curiosidad y creatividad. Es una estrella, una bien brillante que vaga por el universo (a esta altura, desde y para siempre): su propio vecindario.

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