“La TV no murió sino que vive obligada a transformarse”
En tiempos de híper concentración mediática, con programaciones empobrecidas y despidos a la carta, la TV Pública debilita su imagen tras el robustecimiento que había cosechado durante los años anteriores. Sin embargo, en medio de la tormenta, Daniel González redobla la apuesta y continúa soñando con una comunicación social distinta; con más protagonismo de las universidades en la producción de nuevas discursividades; y bajo una única premisa: democratizar la palabra, incluyendo a los sectores, temáticas y enfoques históricamente invisibilizados.
González es vicedirector del Departamento de Ciencias Sociales, docente e investigador. Desde aquí, dirige el proyecto “Contenidos audiovisuales en el contexto de los nuevos servicios de comunicación audiovisual”, que forma parte del Programa “Tecnologías digitales, comunicación y educación”. En esta oportunidad, describe cómo se prepara Argentina de cara al “apagón analógico” de 2019, narra cuáles son las virtudes “políticas” del proceso de digitalización y explica cuál será el rol de las universidades en este escenario.
-Tu proyecto de investigación recupera el contexto y los debates que se produjeron en el escenario de sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) de 2009…
-Sí, como todos sabemos es una historia larga que podría comenzar con la reestatización del espectro radioeléctrico, a partir de la creación de canales como Encuentro, Pakapaka y toda esa línea de señales televisivas; la jerarquización del Canal 7 –luego denominado TV Pública–, su refinanciamiento para la adquisición de tecnologías (ya que trabajaba con cámaras Bosch de hace 50 años) y la nueva producción de contenidos; así como también la puesta en marcha de la televisación digital abierta, un capítulo fundamental de la historia de la comunicación en Argentina.
-En agosto de 2019 tendremos el apagón analógico.
-Exacto. De hecho, la principal virtud que permitía la norma japonesa (también elegida por la gran mayoría de los países de la región) fue su especificidad técnica vinculada a la multiplexación. Ello habilitaba a ocupar hasta cinco canales de TV donde antes tan solo entraba uno en el espectro radioeléctrico. Esta característica sería fundamental para canalizar una deuda histórica, pues, ante un proceso de concentración monopólica de la propiedad de los medios, sería posible la incorporación de otros actores en el campo. En ese marco emergieron diversas señales televisivas sin fines de lucro que pertenecían a municipios y provincias, universidades e iglesias.
-Sin embargo, las promesas no siempre tuvieron el mejor correlato en la realidad. En esta última década ha corrido bastante agua bajo el puente…
-Por supuesto. Se trató de políticas que si bien en un principio fueron muy promovidas, luego se desinflaron. A diferencia de lo que estimábamos hace algunos años retornamos a un escenario de mayor concentración monopólica de la propiedad. Por ello es que definimos el trayecto hacia la digitalización no solo como una decisión técnica sino también política. En la actualidad, los despidos en el sistema de medios, la reducción en la cantidad de contenidos y la pluralidad de voces, así como la híper concentración de la propiedad, nos ubican ante una realidad de problemáticas que arrastramos desde hace décadas y que no logramos revertir. Lo que aún significa más: gran parte del espectro que debía ser empleado para señales televisivas fue redestinado para telecomunicaciones.
-Y en relación a los contenidos, ¿qué analizan desde tu proyecto?
-Concebimos a la comunicación como un derecho humano pero también como una producción social de sentidos. Nos preguntamos qué se discute en la sociedad y, sobre todo, qué actores tienen la posibilidad de hablar y cuáles no. Examinamos qué medios tienen la palabra, de qué sectores provienen y cómo lo hacen, esto es, de qué manera se presenta la información. En la historia de la televisión Argentina, durante los primeros 50 años de su existencia, solo existieron dos señales universitarias (Canal 10 de Córdoba y Canal 10 de Tucumán) y en la actualidad superamos la decena. Ello quiere decir que la mayoría emergió a partir de la LSCA y junto al proceso de transición hacia la digitalización.
-En este marco, ¿qué tienen para decir las universidades?
-Hoy en día hay más de 40 universidades emplazadas en el territorio nacional y, en efecto, todas cuentan con el derecho a contar con una señal de televisión y una de radio, cuyas emisiones pueden ser atendidas en todos los rincones del país. Como la aplicación de la LSCA fue parcial, no todas tuvieron las mismas posibilidades. La gran ventaja que presenta ejercer la comunicación desde espacios como el nuestro es que no estamos presionados –como ocurre con los actores privados– por la comercialización y las lógicas mercantiles imperantes. Desde aquí, contamos con el desafío de realizar procesos de comunicación educativa, de divulgación y difusión de la ciencia, desde una perspectiva popular y con agendas alternativas. Bajo esta premisa, se promueve la diversidad de contenidos y la atención de una pluralidad de voces propia de la vida universitaria.
-¿Está bien que las señales universitarias busquen públicos masivos?
-Cuando la UNQ colocó un micro en la TV Pública, cuando propuso un ciclo para el canal TECtv y cuando participó de las producciones de Encuentro, se colocó en diálogo con una audiencia masiva. En definitiva, se trata de dejar de ser receptores para conquistar los espacios de producción de sentido, y ello continúa siendo muy valioso. Pero también debe poner el ojo sobre los problemas de su entorno inmediato, su región, etc.
-Por último, desde hace varias décadas se viene anunciando el fin de la televisión. ¿Qué opinás al respecto?
-En Argentina, el 85% de los hogares emplazados en zonas urbanas cuenta con un sistema de televisión de pago. Si bien la compra del servicio está asociado a otros usos (ya que se abonan paquetes de telefonía fija e internet), y los consumos culturales están mucho más fragmentados, la ciudadanía todavía elige mirar televisión. Puede ser que los contenidos diferidos pierdan atracción en la televisión, pero el vivo como capital propio sigue siendo irremplazable. En efecto, es posible afirmar que la TV no murió sino que vive obligada a transformarse.