Aquí cerca y hace tiempo: las memorias de infancia de Guillermo Hudson

*Por Margarita Pierini.

En 1918 Hudson publicó en Londres ─donde residía desde que partió en 1873 de su país natal─ su último libro: Long Away and Far Ago, el título original de una obra que, como todas las suyas, escribió en el inglés que era su lengua familiar. El Allá lejos desde donde evoca los recuerdos de sus primeros años es, para nosotros, un lugar muy cercano: la estancia “Los 25 Ombúes”, en el entonces Partido de Quilmes, donde compartió con su familia –sus padres norteamericanos, sus 5 hermanos nacidos como él en Argentina– la vida austera de la región pampeana en los años del gobierno de Rosas.

Autor de varias obras donde el país lejano da tema a narraciones como El ombú, Un naturalista en el Plata, Días de ocio en la Patagonia, Ralph Herne, en sus últimos años emprende el relato de su infancia, que sus amigos, dice, le pedían insistentemente. Este hombre ya cercano a los 80 revive las sensaciones del niño que disfruta de la libertad del campo, los juegos con sus hermanos, los personajes pintorescos –como el mendigo a caballo–, la afectuosa presencia de los padres, enemigos de cualquier tipo de castigo –una extrañeza en esa época y en esa cultura anglosajona–. Pero sobre todo, registra su contemplación maravillada de los pájaros de la pampa: tijeretas, mistos, churrinches, tordos, golondrinas, picaflores… Aquí está el origen de su vocación por el estudio de las aves, que profundizará en sus años en Gran Bretaña.

La casa de la estancia familiar –un rancho “de construcción larga y baja, hecha de ladrillo y muy antigua”– tenía, recuerda Hudson, la reputación de estar embrujada. Allí había sido asesinado un esclavo, azotado hasta morir por órdenes de su patrón. Muchos decían haberlo visto aparecer, sentado en las raíces de uno de los viejos ombúes. “Pero yo no lo vi nunca”, acota el autor. El mundo sobrenatural convive con otros encuentros, más terrenales, que también convocan la temerosa curiosidad del niño: el hombre joven atado en el galpón de la casa, un peligroso asesino, le dicen, que al día siguiente será llevado a la cárcel del pueblo, posiblemente para ser ejecutado.

Los recuerdos de la vida rural –en Los 25 Ombúes, primero, y después, en Chascomús– alternan con los episodios de las visitas a la Capital, donde, como es de rigor en la colectividad, se albergan siempre en casas de familias inglesas. La cercanía del río ofrece la posibilidad de continuar con los paseos al aire libre, descubriendo, con sorpresa, los usos y costumbres de los señoritos que se dedican a hostilizar a las lavanderas, con burlas que culminan en el festejado robo de las prendas. “Otro pasatiempo de esos mozos ricos y ociosos –observa con el mismo disgusto– era salir por la noche a pelear con los serenos, despojándolos de sus bastones y linternas, que guardaban en sus casas como trofeos”.

Característico de la ciudad es el matadero, en el sur de la capital, donde la hacienda “era faenada a diario para proveer de carne a la ciudad o para hacer charqui, destinado a la exportación al Brasil, donde se empleaba como alimento para los esclavos”. Lejos de la intencionalidad política de su contemporáneo Echeverría, las abominaciones que Hudson denuncia son de carácter higiénico: la sangre coagulada que cubre la tierra, los deshechos de los animales muertos, el agua contaminada. “Los enunciados detalles –concluye– servirán para dar una idea del estado sanitario de la capital, estado que continuó hasta 1870, en que Buenos Aires llegó a constituir la ciudad más pestífera del globo y las autoridades se vieron obligadas a traer ingenieros de Inglaterra, con el propósito de evitar el exterminio de sus habitantes”.

El pequeño homenaje a su país de adopción tiene su contraparte en la crítica comprobación de la explotación de la pampa en la Modernidad: los campos del vecino don Evaristo, donde pastoreaban vacas y tropillas, y el arroyo lleno de bandadas de garzas, “están ahora en poder de extranjeros que destruyen todas las aves silvestres y siembran cereales para los mercados de Europa”.

La conclusión de estos recuerdos de sus años en la pampa es una reflexión donde la nostalgia constituye una de las formas de su amor a la vida: “El placer experimentado en mis comuniones con la Naturaleza no se ha esfumado nunca, si bien dejó un recuerdo de felicidad desaparecida. En mis peores días en Londres, cuando estuve obligado a vivir alejado de la Naturaleza por largos periodos, enfermo y pobre y sin amigos, siempre pude sentir que era infinitamente mejor ser, que no ser”.

Guillermo Enrique Hudson, Allá lejos y hace tiempo. Relatos de mi infancia, traducción de Fernando Pozzo y Celia Rodríguez de Pozzo, Buenos Aires, Casa Jacobo Peuser, 1938. (Edición original: Far away and long ago. A history of my early life, London&Toronto, J.M. Dent and Son, 1918).

Texto: Margarita Pierini, Dra. en Letras y docente investigadora de la UNQ
Producción: Programa de comunicación pública de la ciencia “La ciencia por otros medios”

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