“El objetivo es que las tecnologías que producen los científicos puedan llegar a la industria”
Patricia Gutti es doctora en Economía y Gestión de la Innovación (Universidad de Madrid), magíster en Gestión de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (Universidad Nacional de General Sarmiento) y licenciada en Comercio Internacional (UNQ). Hace 20 años que recorre los pasillos de esta casa de estudios y, pese a que su trayectoria la ha llevado por sitios bien dispares, confiesa que solo aquí “se siente como en casa”. En esta oportunidad describe en qué consiste la economía del desarrollo, desarma el mito del emprendedurismo y explica por qué un Estado innovador no puede prescindir de un sistema de ciencia y tecnología robusto.
-¿Qué es la economía de la innovación?
-Es un concepto que hace hincapié en la importancia que tienen las tecnologías para el proceso productivo; esos cambios necesarios que, en sentido general, buscan mejorar la productividad. Al mismo tiempo, se trata de quebrar una mirada del sentido común que, habitualmente, vincula a las tecnologías con artefactos, dispositivos o maquinarias. Las innovaciones, en esta línea, pueden hacer referencia a algo nuevo, o bien a algo que ya existía pero que fue mejorado. Sucede, por ejemplo, cuando se introduce un cambio en la forma de organización de una empresa que modifica el modo en que se produce sin variar la calidad del producto final.
-¿El Estado debe ser el encargado de innovar?
-Los protagonistas varían de acuerdo a las características particulares de cada país y el nivel de desarrollo que alcancen. En Argentina, el ejercicio de la innovación cambia según tenga el protagonismo un actor público o un privado. Una de las líneas de investigación que desarrollamos estudia la infraestructura científico-tecnológica pública. Allí comprobamos que cuando el conocimiento –que tiene características de bien público– es promovido por el Estado tiene un mayor alcance social y permite diversificar las estructuras productivas (en términos de cantidad y tamaño de actores).
-Recién mencionaba el “alcance social”. ¿Cómo se mide el impacto de las innovaciones en la sociedad?
-A partir de los beneficios que la estructura productiva obtiene de las innovaciones generadas desde la gestión pública. Para citar un caso: nosotros trabajamos con economías regionales en las que se desarrollan los pequeños y medianos productores agropecuarios. Nuestro objetivo es analizar cuántos de estos actores pueden acceder a una determinada tecnología (semillas, fertilizantes y productos amigables con el medioambiente), beneficio que, según observamos, no satisfarían si la gestión hubiese sido de orden privado.
-¿Es posible contar con un Estado innovador si no se apuesta a fortalecer el sistema de ciencia y tecnología?
-De ninguna manera. Un Estado con esas características necesita de políticas robustas y de instituciones públicas que se concentren en el fomento de la ciencia y la tecnología. Argentina, además, debe hacer un esfuerzo muy concreto en generar un actor intermediario capaz de relacionar al sector científico con el productivo. El objetivo es que las tecnologías que producen los científicos puedan llegar a la industria. En el sector agrícola, el INTA continúa siendo pujante pero necesitamos de más instituciones que sigan esta línea. También es verdad que existen empresas y laboratorios públicos que se encargan de realizar esta vinculación. Uno de los casos que estudiamos es el de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres.
-¿De qué se trata?
-Es un ente público y de gestión provincial (Tucumán). Constituye un buen ejemplo porque permitió que los pequeños productores de la región continuaran cosechando caña de azúcar con un valor agregado: el conocimiento. Esta estación experimental marca una gran diferencia con los sistemas empleados en Salta y Jujuy, provincias vecinas que utilizan métodos distintos y clásicos. Falta mucho pero hay casos que nos permiten proyectar hacia otros horizontes.
-Lo que falta es inversión…
-Lo que falta es planificar la inversión. En muchos casos se continúa sosteniendo la validez de la “teoría del derrame”: el mito de que la inversión en ciencia y tecnología, en algún momento, dará sus frutos. Y, en realidad, sabemos que no es así. Se debe invertir más en el establecimiento de esos mecanismos capaces de articular los escenarios de producción del conocimiento con las comunidades y sus necesidades específicas.
-Es necesario un Estado que se apoye en la ciencia y la tecnología para ejecutar procesos productivos, sobre todo, para combatir la idea tan vigente del emprendedurismo.
-Cuando se piensa en forjar emprendedores se teje una concepción ahistórica, individualista y meritocrática, que –a su vez– genera la ilusión de que se puede prescindir del sustento estatal. Una persona con una idea genial, que tiene la virtud de llevarla a la práctica y tiene éxito, siempre necesita de un sistema detrás. Debemos romper con la noción de genios encerrados en castillos de marfil. Si el avance de un país depende de la brillantez de un solo hombre o de una sola mujer no se alimenta el proceso sistémico que necesitan las naciones para crecer. Lo que permite el avance es la acumulación del conocimiento y el problema del emprendedurismo es que se saltea ese paso.
-¿Qué países apostaron a una economía de la innovación y hoy son referencia?
-Hay muchos países que apuestan al conocimiento. Más allá de las grandes potencias también se puede mencionar a India, Israel, Irlanda e, incluso, Brasil (durante años anteriores, claro). Remiten a experiencias que, más allá de la actualidad o de cambios en sus piezas gubernamentales, se han destacado como muy valiosas y demostraron eficacia. Sin embargo, cada nación asume sus particularidades, por ello, será difícil intentar imitarlas. En general, se nos compara con Australia pero no tenemos los mismos recursos naturales, ni la misma superficie ni tampoco una estructura productiva similar.
-Este acento se traslada a la Licenciatura en Economía del Desarrollo, carrera que usted dirige…
-Sí, enseñamos una economía heterodoxa y el énfasis está colocado en que los estudiantes conozcan la estructura productiva del país. Queremos que entiendan que los procesos de crecimiento y desarrollo se deben reflexionar a partir de una mirada histórica y que están asociados a mejoras conectadas con las políticas de promoción de la ciencia y la tecnología. A diferencia de otras líneas en las que se subrayan las matemáticas, los números y lo cuantificable, nosotros puntualizamos el interés de la economía en tanto ciencia social.
-Por último, la UNQ se prepara para cumplir 30 años. Pensemos de aquí en relación al futuro. Soñemos un poco, ¿qué realidad le gustaría contarme en las próximas décadas?
-Hace 20 años estoy en la UNQ, toda una vida. Tuve la oportunidad de recorrer otras instituciones y solo aquí me siento como en casa, solo aquí se siente esa calidez. Fue creada como una casa de estudios pequeña pero pujante, que ofrecía carreras alternativas que apostaban al desarrollo. Me encantaría que en los próximos años logremos mantenernos en el lugar de relevancia en el que estamos ahora y posicionarnos aun más a nivel internacional. Seguro lo conseguiremos.