“El desmonte no ocurre porque hay gente mala que le gusta talar árboles, ocurre porque es un negocio”
Las y los estudiantes de la UNQ realizaron entrevistas para conocer y mostrar miradas diversas sobre el cambio climático. En esta segunda entrega, recogen el testimonio del viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Sergio Federovisky.
*Por Georgina Berretta Invernizzi, Trinidad Parada, Noelia Fabiana Tarello, Juan Cruz Vilchez y Leila Gómez
La humanidad siempre usó la naturaleza para su desarrollo y bienestar. De allí nace la idea antropocéntrica de “recursos naturales”, que va de la mano de la apropiación desmedida, la explotación con procesos contaminantes (minería, extracción de hidrocarburos) y pérdida de ecosistemas (deforestación, contaminación en los océanos, ganadería). El cambio climático es el fenómeno que evidencia el impacto de este uso de la naturaleza. Desde hace décadas, la comunidad científica, grupos de activistas y referentes políticos y sociales denuncian las señales de alerta que emite el planeta, trabajan para instalar la idea de “bienes naturales”, en lugar de recursos y explotación, y para reinventar el vínculo que tenemos con los mismos.
Para contribuir a esta tarea, las y los estudiantes de las asignaturas Legislación Ambiental (Departamento de Ciencia y Tecnología) y Comunicación de la Ciencia (Departamento de Ciencias Sociales) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) -coordinados por las docentes investigadoras Sandra Goñi, María Eugenia Fazio y Mercedes Pastorini-, se unieron para entrevistar a referentes del periodismo, la función pública y el activismo ambiental.
En esta segunda entrega, Sergio Federovisky, biólogo, periodista y actual viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Argentina, pone sobre la mesa la discusión sobre el modelo energético y productivo de la Argentina.
Según el último Informe Bienal de Actualización argentino sobre cambio climático, en nuestro país el 90% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) surgen de los sectores agrícolas y energéticos, ¿cómo es posible pensar en políticas de mitigación si nos encontramos en una constante expansión de la frontera agrícola? Además, el mismo Informe propone como medida de mitigación la generación de fuentes renovables de energía, ¿cómo es compatible esto con la explotación del yacimiento Vaca Muerta?
No se puede compatibilizar, ese es el gran problema que tiene la Argentina. Está obligada por la época, por la ética y por las exigencias sociales a iniciar un proceso de transición ineludible que, por supuesto, está impuesto por los acuerdos internacionales, los convenios, etcétera. Es decir que al mismo tiempo que tiene que encarar esa transición en materia de matriz energética, uso de suelo y descenso de las tasas de deforestación, tiene que responder a la demanda propia por la falta de divisas, a una matriz productiva que tiene más de cien años de existencia y una resistencia muy fuerte a modificarse. Además, lucha con una mirada de la clase política que, en general, salvo muy honrosas excepciones, todavía entiende que el progreso en la Argentina está atado al monocultivo y al petróleo. Es ese el dilema que tenemos como país y, en particular, quienes entendemos que hay que desarrollar otro tipo de política pública en materia ambiental. Esto es algo que digo al interior del Gobierno, allí está el nudo, cómo la Argentina lleva adelante esa transición a la cual está obligada más tarde o más temprano, cuando tiene al menos esos dos factores, agricultura y energía, que tiran para atrás.
Algunas ONG denunciaron problemas de implementación y desfinanciamiento de la Ley de Bosques Nativos. Las modificaciones en esta Ley que prevé la cartera de Ambiente, ¿solucionan estos problemas?
Ahí hay dos cuestiones, una práctica que tiene que ver con la desfinanciación. Fundamentalmente, el atraso del Gobierno anterior en los desembolsos para las provincias. Y está el proyecto de [Juan] Cabandié [ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible], con el que estoy totalmente de acuerdo, para hacer más operativa la ley. Pero hay otro aspecto, que para mí es más importante y que, curiosamente, las ONG como FARN es el que menos identifican como problema. La Ley de Bosques va en contra de para dónde sopla el viento: si como país tenés un desarrollo muy asociado al monocultivo, o a la exportación de commodities con incidencia de las mejoras tecnológicas que permiten incorporar nuevas tierras, entonces, lo que tenés es una tendencia casi irrefrenable al desmonte. La ley es una herramienta importante pero uno no puede poner una que diga: “Está prohibido mentir”. Y, de alguna manera las leyes que van en contra de los modelos productivos adoptados por los países, independientemente de la calificación de esos modelos, son insolventes por definición. Pueden morigerar los bordes o ayudar pero no frenan la tendencia. Lo que necesitamos es una discusión política para debatir o frenar la tendencia que lleva a que el desmonte ocurra. El desmonte no ocurre porque hay gente mala que le gusta talar árboles, ocurre porque es un negocio. Las leyes normalmente no detienen los negocios, entonces la fetichización de la Ley de Bosques es uno de los problemas que tenemos, lo que hay que entender es que la resolución del dilema del desmonte no pasa por mejores leyes, sino por una discusión de cuál es el modelo productivo de Argentina.
La Ley de Presupuestos Mínimos de Adaptación y Mitigación del Cambio Climático, menciona Mesas Ampliadas con participación de varios sectores sociales, ¿se pusieron en práctica? ¿Fueron útiles?
Sí, siempre es útil, aunque a veces es difícil de mensurar. Uno pone metas que están más asociadas a las posibilidades que tenga el país de reformular sus políticas, que a la voluntad particular de los sectores. Es equivalente a la Ley de Bosques. Uno puede aspirar, por ejemplo, a disminuir las emisiones de GEI de cierto sector, pero muchas veces eso choca con un escenario macro que hace difícil la decisión. La Argentina adoptó un compromiso de reducción de emisiones que va a poder cumplir, no por la voluntad expresa de sus actores, sino por el sendero o el rumbo que adopte el modelo energético y productivo. Hay una tensión entre esas cosas que, a veces, impide que cumplan ciertos compromisos porque es imposible en el marco en el que están planteados.
¿Nuestro país se alinea con las políticas y legislaciones para proteger el ambiente que se están aplicando internacionalmente? ¿Existe una coordinación con países limítrofes, que son con quienes compartimos bienes?
Sobre la primera pregunta: indudablemente la Argentina tiene una dotación importante de legislación. En materia ambiental el problema no es el número de leyes sino la falta de políticas. Volviendo a lo que dije de la Ley de Bosques, creo que hay una fetichización de las leyes, algo en lo que las ONG no han ayudado mucho. Está la idea de pensar que el día que tengamos una ley, se solucionan los problemas. Por ejemplo, parece que cuando tengamos una ley de envases se acaban los problemas de basura en la Argentina lo cual es un disparate conceptual. Porque una política pública en general es una serie de dispositivos, la ley es un dispositivo no EL dispositivo. Estamos trabajando para que este ministerio deje de ser un centro de estudio para la formulación de proyectos de ley, y que pase a ser un ministerio de gestión: si hay ley mejor, si no hay ley gestiono igual.
Respecto a la segunda pregunta, tenemos un dispositivo – lamentablemente no muy activo ahora- que es el Mercosur. En el cual debimos lograr avances en materia de los recursos comunes con los países integrantes y que no logramos, o no de la manera esperada. Creo que nos falta una política regional o subregional potente, ahí estamos bastante débiles.
Se habló mucho el año pasado de la mejora de ciertos indicadores debido a las cuarentenas, ¿hay estudios que lo demuestren? ¿Es algo sostenible más allá de la pandemia ?
Hay estudios pero bastante coyunturales, creo que no son muy necesarios. La propia observación empírica lo confirma y, además, la lógica indicaba que si iba a haber una cuarentena de un año eso iba a pasar. Claramente no es sostenible en el tiempo, en algún momento todos nos volvimos románticos y pensamos “qué lindo sería que los patos crucen las avenidas de manera recurrente”. Bueno, eso no va a pasar. Porque la pandemia -y más ahora que está en el tramo final- no es un bálsamo que nos permita cambiar nuestra mentalidad y que al día siguiente podamos ser mejores. En materia ambiental y económica, que es lo que determina la matriz ambiental, funcionamos exactamente al revés: pensamos cómo vamos a hacer al día siguiente de la pandemia para recuperar todo lo que perdimos. Eso acentúa la desesperación de volver al día anterior de la pandemia, donde la lógica es que el progreso se logra destruyendo la naturaleza. Todo muy lindo los cielos limpios, los osos polares, todo hermoso, es una postal que quedará en algún lugar de los recuerdos y listo, el resto es a destruir que se acaba el mundo. Lamentablemente es esa la realidad.
¿Qué puede enseñarnos la respuesta global a la COVID-19 sobre nuestra respuesta al cambio climático?
Si la respuesta nos sirve de enseñanza estamos jodidos porque, justamente, lo que demostró por ejemplo la vacuna es la miserabilidad del capitalismo en su máxima expresión. Más aún, el capitalismo, con tal de defender sus principios más innobles, fue capaz de retrasar la recuperación económica para no democratizar las vacunas. Pero como por encima de todo está la defensa de la propiedad privada en el peor sentido, la situación de las vacunas fue escandalosa, de lo peor que vimos en los 200 años de la existencia del sistema, lo más miserable y mezquino. Por lo tanto, si tenemos que aprender de eso, estamos jodidos.
Sergio Federovisky es biólogo (UBA), periodista y ambientalista argentino. Fue conductor del programa de TV “Ambiente y Medio” por la TV Pública (Argentina), galardonado con el Martín Fierro 2016 y 2017 al mejor programa cultural/educativo. En 2021 se estrenó el documental “Punto de no retorno”, en el que es coautor. Desde 2019 se desempeña como viceministro de Ambiente y Desarrollo de Argentina. |
*Texto: Georgina, Trinidad y Noelia son estudiantes de la carrera de Biotecnología; Juan Cruz y Leila de la Licenciatura en Comunicación Social (UNQ).