Frente al cáncer, la ciencia jamás se cruza de brazos
En Argentina se detectan 100 mil casos anuales de cáncer. Mientras el mundo corre tras la pista de soluciones definitivas, se proponen diversos tratamientos que complementan las terapias tradicionales. Desde aquí, la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) cuenta con un Laboratorio de Oncología Molecular creado en 1996 por Daniel Gomez y Daniel Alonso, quienes lo dirigen hasta el presente.
A pesar del singular, bajo la denominación genérica de “cáncer” se agrupan más de 150 tipos distintos de tumores. Sin embargo, todos responden al mismo mecanismo: son provocados por células del propio cuerpo que, en determinado momento, sufren mutaciones genéticas que las hacen multiplicarse sin control; primero localmente y luego mediante el proceso conocido como “metástasis”, en tejidos distantes.
En esta oportunidad, el Dr. Daniel Alonso describe qué es la oncología molecular y comparte los logros de su equipo de investigación tras 20 años de arduo trabajo. Porque cuando se trata de cáncer, los guardapolvos nunca se guardan.
– En principio, ¿cómo explica la oncología molecular?
– La oncología molecular es una forma de estudiar el cáncer a través de sus mecanismos, es decir, a partir de los genes y las moléculas que intervienen en sus actividades. Mientras “oncología” guarda relación con una especialización médica vinculada al tratamiento de tumores, “molecular” implica una asociación indefectible con la biología celular.
– ¿Por qué escogió la UNQ para investigar?
– Daniel Gomez me convocó para formar el laboratorio, que implicaba una actividad docente muy atractiva para lo que nosotros hacíamos. La UNQ fue una de las primeras instituciones cuyas carreras estaban muy dirigidas hacia la aplicación. Una mirada que en los 90 era novedosa, si bien en la actualidad todo el mundo habla de investigación trasnacional y de aplicación del conocimiento. Hay que pensar que en Argentina, recién en 1997 se conforma la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, y una década más tarde se constituyó el Ministerio de Ciencia y Tecnología.
– A dos décadas de la creación del laboratorio, ¿qué diferencias existen entre investigar en los noventa y hacerlo en la actualidad?
– Cuando comenzamos trabajábamos con un puñadito de estudiantes recién graduados en Biotecnología y realizábamos proyectos que apuntaban más a la ciencia básica. Hoy conformamos un grupo de 25 personas que incluye investigadores de carrera y de formación, así como también becarios doctorales y postdoctorales. De modo que nuestro equipo y su organización responde a un programa de investigación que incluye diversas líneas de trabajo lideradas por referentes en el campo. Hay algunos proyectos que llegaron a la etapa clínica e incluso en proceso de registro de medicamentos, otros que se encuentran en fase pre-clínica, y también aquellos que están en la etapa de desarrollo de ideas con el objetivo de definir el blanco para resolver cómo se realizará el tratamiento.
– ¿Y de qué manera se incluye a los estudiantes?
– Es un equipo de investigación que por su dinámica es sumamente atractivo para los estudiantes que se suman, porque pueden ser testigos de las distintas etapas que atraviesa una idea hasta que se transforma en un medicamento que ayuda a los pacientes. El cáncer es una enfermedad que existió, existe y seguirá existiendo. Con más cerebros que piensen cómo resolver un problema tan complejo, se incrementan las posibilidades de realizar investigaciones exitosas que puedan modificar la realidad de las personas. Después de todo, de eso se trata la medicina y la ciencia.
– Para lograr que las ideas se materialicen en productos han constituido más de 100 consorcios de trabajo.
– Exacto. Ello es importantísimo. Es muy difícil acometer todas esas etapas si no se cuenta con el apoyo de otras entidades públicas como hospitales y, por otro lado, empresas farmacéuticas. De modo que todos los proyectos de investigación no podrían tener final feliz sin el respaldo y la sinergia de varios actores. No quiero dejar la idea de que, como en la época de Louis Pasteur, somos genios aislados que nos encerramos a producir ciencia. Por supuesto, estamos muy lejos de ello. Del mismo modo que el cine es un arte colectivo, la oncología requiere de un esfuerzo conjunto.
Racotumomab y desmopresina: dos tesoros que valen (más que) oro
– Uno de los principales logros de su laboratorio fue racotumomab, una vacuna terapéutica contra el cáncer pulmonar. Cuénteme sobre ello.
– Se trata de una vacuna aplicable al cáncer pulmonar en la que han trabajado aproximadamente 100 profesionales en 18 años de esfuerzo constante. Se comenzó por iniciativa del laboratorio ELEA en colaboración con el Centro de Inmunología Molecular de La Habana, Cuba. Desde la UNQ nos sumamos para aportar conocimiento vinculado a la investigación preclínica: todo lo referido a mecanismos y potencial acción antitumoral en modelos animales y células. Aunque popularmente se la conoce como vacuna, no me gusta esa nominalización, ya que nos remite a ideas de prevención y de resolución del problema, porque casi de modo automático se asume que asegura la protección del paciente. La que nosotros hemos desarrollado puede ser conceptualizada como inmunoterapia-activa.
-¿Y ello qué implica?
-Si desglosamos el concepto, “inmunoterapia” guarda relación con un tratamiento vinculado al sistema inmunológico; y “activa” significa que se encienden las defensas en el propio paciente, a diferencia de lo que sucede en la inmunoterapia pasiva que implica la inyección directa del anticuerpo que cuenta por sí solo con propiedades inmunológicas. Dicho de otro modo, buscamos inmunizar activamente para que la propia persona reconozca elementos de las células cancerosas y las ataque. En el caso del cáncer, es una inmunoterapia de mantenimiento que puede ser utilizada como complemento del tratamiento convencional. El mejor escenario para aplicar racotumomab sería luego de que el paciente con un cáncer pulmonar avanzado recibió quimio o radioterapia.
-¿De qué manera actúa en el cuerpo?
– Luego de estas terapias el tumor se reduce y sobre ese “resto” de enfermedad trabaja la vacuna. Lo que hace es “mantener a raya” ese residuo y promover que las células cancerosas no retomen vigor y causen una recaída en el paciente. En este marco, hay que ser realista y admitir que es difícil lograr que una persona con una patología tan compleja como el cáncer de pulmón consiga acabar por completo con el resto de la enfermedad.
– Ello invita a pensar en el cáncer de pulmón como una enfermedad crónica…
– Exacto. Pensar al cáncer como una enfermedad crónica es el resultado de un debate que se ha desencadenado en los últimos años. En el pasado reciente las dos opciones eran intentar curarlo o fracasar. Hoy en día, mientras no se encuentra la cura efectiva preferimos concentrar esfuerzos en el desarrollo de terapias para poder controlarlo. Algo similar a lo que ocurre con la hipertensión o la diabetes.
– Por otra parte, ustedes desarrollaron el proyecto desmopresina: un pequeño compuesto peptídico que disminuye la posibilidad de metástasis.
– En este caso, estamos en presencia de un producto cuya idea original es obra específica de nuestro laboratorio. Uno de los caminos más comunes por los cuales el cáncer se disemina y causa metástasis es a través de la sangre. Por intermedio de los vasos sanguíneos, un cáncer que tiene su origen en la piel puede, con el tiempo, comprometer un órgano noble como el cerebro, el hígado o el pulmón. Así, hace un tiempo considerable me topé con las bondades de la desmopresina: un pequeño péptido -fragmento de proteína- que imita a la vasopresina, una hormona natural del cuerpo.
– ¿Cómo opera la desmopresina?
– Se trata de una hormona sintética que, entre otras funciones, genera efecto antidiurético y regula el equilibro de los líquidos en los humanos. Hacia los ochenta se descubrió que facilitaba el proceso mediante el cual los vasos sanguíneos regulan la coagulación (hemostasia). De modo que se me ocurrió juntar todo, pues si este producto era capaz de regular los vasos sanguíneos, también podría servir para controlar aquellos mecanismos que están presentes en la diseminación del cáncer. Y en el primer experimento que hicimos se redujo la metástasis en un 70%. Con esos resultados, nos pareció que el momento más oportuno para utilizarlo era en el escenario peri-operatorio, porque el equilibrio sanguíneo del paciente se modifica por la pérdida de sangre y se pone en marcha el proceso cicatrizal.
– Finalmente, respecto a uno de los últimos desarrollos, he leído que han utilizado el producto para tratar el cáncer en perros.
– Exacto. Los resultados que obtuvimos en el ejemplo canino fueron tan sorprendentes que rápidamente una empresa farmacéutica (Biogénesis Bagó) tomó la posta y diseñamos en conjunto una fórmula para el uso en cirugía canina. Y, en una etapa muy reciente, ese medicamento lo comercializa Elanco (empresa multinacional, división veterinaria de uno de los laboratorios biotecnológicos más importantes del mundo: Eli Lilly).
:: El cáncer, lejos de ser una enfermedad “moderna”, es uno de los males más antiguos que ha padecido la humanidad. Así lo demuestran momias y restos fósiles hallados en distintas partes del planeta, desde el sudeste de África hasta el desierto de Atacama en Chile. En la literatura médica, la primera aparición de un concepto para designar al cáncer data de la época de Hipócrates (aproximadamente 400 años a.C.). Se lo llamaba karkinos (“cangrejo” en griego) porque el tumor junto al racimo de vasos sanguíneos inflamados a su alrededor era análogo a la figura de un cangrejo cuando se desparrama en la arena y extiende sus patas en círculos.
:: Daniel Alonso nació en 1965 y es oriundo de Correa, provincia de Santa Fe. Se graduó como médico en la Universidad Nacional de Rosario en 1989 y más tarde se doctoró en Medicina en la Universidad de Buenos Aires. En 1996 se incorporó a la UNQ y creó -junto al Dr. Daniel Gomez- el Laboratorio de Oncología Molecular, que en la actualidad dirige. Es investigador Principal de Conicet y ha escrito numerosas piezas de divulgación científica.