“Es un mito pensar que antes las personas leían mucho más”
¿Se puede analizar el arte? Sí, pero ¿cómo? La investigación literaria, un ejercicio desmitificador y militante, para quebrar sentidos comunes que pululan por el aire hasta instalarse. La literatura, de la comprometida y de la no tanto. La forma y el fondo: una falsa dicotomía, extremismos improductivos que reducen la movilidad de las palabras y su capacidad transformadora. Un puñado de consejos para los futuros escritores-lectores. Sobre todo ello conversa Pierini, una referente del análisis literario, que en este diálogo brinda su perfil, pero argumenta de frente.
– Cuando alguien como usted estudia literatura y comienza a analizar el arte, ¿no resigna cierta capacidad de sorpresa e ingenuidad?
– No necesariamente. Es cierto que depende de qué tipo de abordaje y análisis se quiera realizar. Jamás me voy a olvidar que, cuando iniciaba el estructuralismo en Argentina (1975-1976), en algunos seminarios estaba de moda un análisis que se parecía mucho a un descuartizamiento del texto literario. Algo así como realizar un análisis sintáctico de la obra, que le exigía ser un saber científico. Ello, por suerte no tuvo demasiado impacto. Por ello, estoy mucho más de acuerdo con los abordajes que comenzaron a realizarse a partir de 1980. Todo lo que ha aportado (Pierre) Bourdieu y (Roger) Chartier, y las diferentes maneras de interpretar la literatura con líneas de análisis más originales. Todos los saberes son valiosos, sin la necesidad de seguir las metodologías propias de las ciencias exactas. Nunca se podrá matar al texto.
– De cualquier manera, imagino que el contrato de lectura que establece un especialista con el texto será diferente…
– Puede que sea distinto, pero no perturba de ningún modo. Lo que ocurre es otra cosa. Es algo parecido a lo que pasa, por ejemplo, con los especialistas en música -que tienen el oído más afinado- que pueden percibir algunas variables que no todos comprendemos; o bien con una buena cocinera que va a comer a algún restaurant y disfruta la comida, aunque sabe que si le hubieran colocado tal o cual ingrediente, el plato habría sido más complejo y sabroso.
– Y en ese marco emerge otro punto común del campo. Desde la propia investigación literaria, ¿cómo se salva la disyuntiva entre forma y contenido?
– Pienso que es una falsa dicotomía, pues, forma y contenido constituyen una relación indivisible. Autores comprometidos como Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, que han escrito textos con contenidos muy importantes para nuestra historia, son dueños de plumas fantásticas y trascienden los géneros. Es decir, escribieron ensayos, cuentos y notas periodísticas con el mismo nivel estético. Sus productos conservan una unidad muy sorprendente. Por otra parte, existen muchos textos que buscan ser comprometidos, al recuperar valores e ideales que se estiman “perdidos”, que están mal escritos.
– ¿Cuándo un texto está “mal escrito”?
– Cuando subestima al lector y lo trata como si fuera un niño. Una actitud que ni siquiera los más pequeños la soportan. Los grandes escritores no utilizan estas maneras.
– Ahora bien, ¿de qué modo se enseña literatura en la actualidad? Más concreto, ¿qué estrategias utiliza para explicar las temáticas del área en una institución que no dicta la carrera?
– Creo que ser docente en una institución que no dicta de modo específico la carrera fue una excelente decisión en el momento que ingresé. La existencia de diversas materias vinculadas a la literatura es fundamental, sobre todo, porque propone una manera distinta de representar el mundo. Junto a las docentes a cargo de las materias del área intentamos cubrir un espacio que estaba vacante y, si bien sabemos que los cursos no son obligatorios, se trabajan herramientas que son indispensables. Elementos de narratología transversales a cualquier disciplina.
– ¿Por ejemplo? ¿A qué elementos se refiere?
– Para entender cualquier texto es fundamental saber bien quién es el narrador, a qué público se dirige. De algún modo, tratamos de brindar pistas que ayuden a los estudiantes a enfocar mejor la mirada. De eso se trata.
– ¿Qué consejos puede brindarle a todas aquellas personas que desean comenzar a escribir?
– En principio, les aconsejaría leer mucho. Luego, para mí es fundamental que quien quiera aprender a escribir asista a talleres literarios, porque los obliga a seguir escribiendo. Es decir, a buscar un tiempo para materializar una idea que, en verdad, buscas exteriorizar y materializar. Lamentablemente, este tipo de actividad se deja para lo último y, paradójicamente, es la más confortable.
– Por último, ¿piensa que antes se leía más que ahora? Le pregunto por la presencia de las nuevas tecnologías que permiten la emergencia de nuevos formatos y formas…
– Me resulta complicado poder hablar acerca de ello porque debería manejar cifras y no las tengo. Pero sí puedo decir algunas cosas. En principio, es un mito pensar que antes se leía mucho. Me apasiona, por ejemplo, estudiar el recorrido de los denominados “lectores populares” que consumían revistas, folletos y folletines. El acceso al libro siempre implicará un nivel de formación distinto y sobre todo, la disponibilidad de tiempo. Es muy cansador leer un libro. Por otra parte, el paisaje urbano de las personas que leen el diario en los medios de transporte o en el living de la casa al retornar del trabajo se ha modificado. Ello está claro, pero no tengo juicios al respecto.
Una Margarita ilustrada
Margarita Pierini siempre fue una lectora voraz, de esas que se interesaba por muchos géneros de modo constante y los curioseaba en simultáneo. Así que la elección de la carrera no resultó un acontecimiento penoso, aunque las dudas siempre estuvieron. Porque una decisión sin dudas no constituye una auténtica decisión. “No existía una tradición familiar muy fuerte. Solo tenía una tía que había cursado Filosofía en 1945, toda una pionera. Cuando estaba en el colegio secundario, también me gustaba historia”, apunta. Sin embargo, una premisa se tornaba insoslayable: de adolescente, le fascinaban tanto los relatos de vida y el modo en que las personas comunicaban sus vivencias que, finalmente, se inclinó por Letras, porque era “más entretenido”.
Tras recibirse como licenciada en la Universidad Católica Argentina, comenzó sus trabajos de docencia y luego viajó a México, un sitio inmejorable para cultivar el pensamiento latinoamericano. La aventura se convirtió en una estadía de 12 años y en su maleta regresó con dos títulos de posgrado (en la Universidad Nacional Autónoma de México). No obstante, el principal logro lo constituyeron sus entrañables amistades con compañeros y docentes, de los que conserva el mejor recuerdo y con los que vivió “experiencias inolvidables”. En 1990 emprendió el regreso y cuatro años más tarde, ingresó en la UNQ.
A lo largo de su trayectoria, Margarita ha combinado la docencia y la investigación en temas bien diversos: se ha interesado por los relatos de viajes, el examen de escritoras latinoamericanas con participación política y, sobre todo, por la revisión de editoriales argentinas del siglo XX. Entre sus trabajos puede subrayarse su examen sobre “La novela semanal”, una publicación económica que, entre 1917 y 1926, alcanzó a vender más de 400 mil ejemplares cuando Buenos Aires apenas tenía 1 millón de habitantes.
En la actualidad, dirige la colección “Textos y lecturas en ciencias sociales” de la Editorial de la UNQ. Y como si esto no fuera suficiente, ha escrito decenas de libros y artículos. Se destacan: 12 cuentos para leer en el tranvía. Una antología de La Novela Semanal (UNQ, 2009; Derroteros del viaje en la cultura: mito, historia y discurso (editores S. Fernández, P. Geli, M. Pierini, 2008); La Novela Semanal (Buenos Aires, 1917-1927) (Madrid, 2004); Trayectos y escrituras. Mujeres argentinas, entre el discurso literario y las prácticas políticas (Texto Crítico, Xalapa, julio-diciembre de 2008) y Crónica de un almuerzo. El general, los escritores y los desaparecidos (Extramuros, 2006).