Más ciencia para patentar el futuro

En Argentina, las universidades públicas buscan patentar desarrollos tecnológicos, que surgen como producto de investigaciones científicas de largo aliento, con el objetivo de que los beneficios futuros sean explotados en el medio local. Desde aquí, el hecho de que en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) exista una Secretaría de Innovación y Transferencia Tecnológica no es nada desdeñable. En contraposición, se vincula con “institucionalizar una locura posible, garantizar un espacio para que el investigador que tenga una idea sepa que aquí encontrará a un socio potencial”, afirma Codner, que es físico pero que cuenta con una extensa trayectoria en el área.

Bajo esta premisa, hace algunos años, desde el ámbito de la Secretaría se realizó un estudio para analizar cuál era el destino que, efectivamente, corrían los papers que los biotecnológos de la UNQ realizaban. “Rápidamente, advertimos que muchos de los avances autóctonos no solo eran publicados en revistas internacionales de renombre sino que también eran utilizados por empresas extranjeras para generar patentes”. Y completa: “ello demostraba, por un lado, que nuestra investigación tenía la calidad suficiente como para despertar la confianza de grupos de envergadura mundial y, por otro lado, exhibía las falencias del medio local y su imposibilidad para absorber dicho proceso. Ante esta realidad, no nos quedó más remedio que poner manos a la obra”.

 

-En este marco, ¿cuál debe ser el rol de las universidades?
-En principio, deben tener la capacidad de poder advertir qué investigaciones tienen potencialidad para ser transferidas, es decir, de ser utilizadas tanto por la sociedad como por una industria en particular. Las universidades apoyan los desarrollos científicos que contribuyen al avance del conocimiento en distintas áreas, aunque muchas veces, desafortunadamente, los esfuerzos se materializan y son capitalizados por otros actores. Y luego, ese mecanismo se retroalimenta porque las grandes empresas intentan vender el producto que surge como resultado de los propios avances científicos que las instituciones educativas promovieron.

-Un circuito bastante perverso…
-Por supuesto. Allí radica nuestro rol desde las universidades: tratar de conocer los resultados de las investigaciones científicas y valorizarlos para que luego se genere alguna chance de apropiación. Con este objetivo contactamos a grupos privados e inversores, estimulamos la creación de empresas de base tecnológica, así como también nos preocupamos por la generación de diversas iniciativas de impulso al sector emprendedor.

-En este sentido, se trata de resolver el problema de la apropiación de los conocimientos generados.
-Exacto, tenemos investigadores que con sus hallazgos y desarrollos son capaces de competir en el ámbito internacional sin problemas. Sin embargo, cuando se debe dar el paso siguiente, vinculado a la transferencia, comienzan los problemas. En Alemania, para citar un ejemplo, las empresas se ubican alrededor de las instituciones educativas y todo el tiempo absorben a los jóvenes investigadores, al tiempo que revisan los papers que se publican de modo constante. En efecto, es lógico que este paso -que para nuestras naciones es muy grande- para las potencias se produzca en forma natural. Desde esta perspectiva, “empaquetar” un hallazgo de la ciencia y convertirlo en un producto tecnológico implica la generación de patentes, brindar servicios a empresas, así como acercar la presencia de compañías que exploten dichos avances.

-Ante este marco, ¿cómo decidir cuándo patentar?
-Antes debo explicar qué es una patente.

-Adelante.
-Un invento debe cumplir con tres factores: tener una “altura inventiva”, ser original; ser novedoso mundialmente (ello implica que nadie conozca algo igual ni que los expertos puedan llegar a sospechar de su existencia en otro rincón de la Tierra); y tener aplicación industrial. La patente, entonces, brinda “el título de propiedad de la tecnología” que se extiende por un lapso de veinte años desde el momento en que se presenta. Es un documento en el que se detalla y decodifica la tecnología mediante una descripción escrita muy minuciosa. Se presenta ante los diferentes estados, que estarán encargados de garantizar a los titulares que serán los únicos que podrán realizar su explotación comercial en el territorio. De este modo, los actores deciden desarrollar una patente en aquellos países que creen que pueden generarse oportunidades concretas de explotación. Para una universidad, la generación de patentes también funciona como un modo de obtener prestigio, ya que su firma aparece en los radares de las empresas del mundo como productora de tecnología protegida.

-Sin embargo, sostener patentes en varios países es complicado. Insisto, ¿cómo escogen?
-Ello depende de cada producto tecnológico y de los territorios en los cuales se puede llegar a transferir, así como también de la aprobación de los organismos reguladores de cada nación. En Argentina, el encargado es el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INPI) que cuenta con su equipo de evaluadores.

-Una vez que la patente ya fue aprobada es necesario buscar empresas que deseen explotarla…
-En realidad, es conveniente localizar a las compañías antes de patentar. Desde las Secretarías de Transferencia, como la nuestra, debemos realizar ese trabajo de búsqueda y conexión, aunque en muchos casos los investigadores ya tienen sus contactos con los grupos privados que en el futuro desearán explotar la patente.

-¿Qué hay de los aspectos financieros? ¿Quiénes asumen los gastos?
-Cuando el investigador está radicado en un 100% en la Universidad, el gasto lo asumimos nosotros. Cuando tiene doble dependencia, el Conicet corre con una proporción. Los análisis de patentabilidad, la redacción de la patente y las presentaciones constituyen algunos de los gastos normalmente fijos.

-¿Y los ingresos?
-Según el reglamento, del total del dinero que ingresa a la Universidad por la comercialización de tecnologías: el 50% se dirige directamente al bolsillo del investigador, mientras que la mitad restante queda en la institución y se distribuye entre el Departamento de origen de la patente, el tesoro y nuestra Secretaría. Nosotros utilizamos esos beneficios obtenidos, a su vez, para reinvertirlos en otros proyectos. Así funciona, a grandes rasgos, el mundo de la transferencia tecnológica.

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