PERFILES | María Rosa del Coto: “Toda la vida pretendí cumplir con mis obligaciones en el aula”

Hay pocas personas que se identifican tanto con un tema que su propio nombre tiene la capacidad de confundirse hasta reemplazar el título de la asignatura. Desde hace varios años, Semiótica de la imagen ha dejado de llamarse de ese modo para pasar a ser “la materia de Del Coto”. Para los estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) que han barrenado sus cursos, el espacio representa todo un ritual. Hoy perfilaremos a María Rosa, una profesora que desde su primera clase estuvo dispuesta a aprovechar cada segundo disponible con el propósito de que sus estudiantes pudieran aprender un arte. Sí, el arte de leer y desencriptar imágenes.

Nació en la Ciudad de Buenos Aires y comenzó a estudiar Letras en la Facultad de Filosofía (UBA), sencillamente, porque le agradaba mucho leer. Corría 1973 y eran tiempos de transformaciones muy importantes en la Universidad. “En aquella época ingresó una gran cantidad de docentes que reemplazó a los que estaban. Con la Dictadura todo se interrumpió de una manera drástica. Me interesaba conocer en profundidad la teoría literaria y la literatura española del siglo de oro, por ello, participé de cursos privados que los expertos realizaban directamente en sus casas”, recuerda con la mirada fija en un horizonte imaginario.

Sin embargo, con el tiempo, desde la literatura se deslizó hacia la semiótica, un campo que también tenía como eje a los objetos textuales; aquellas imágenes que, como el proverbio proclama con orgullo, “valen más que mil palabras”. “El desarrollo de la semiótica se dio siempre al amparo de la lingüística y de la teoría literaria. Con el retorno a la democracia se renovaron todos los planes y, a partir de aquel momento, se especificaron mucho más las áreas de estudio. Emergió la socio y la psicolingüística, por caso”, cuenta Del Coto, que de joven jamás proyectó hacer la carrera académica que más tarde haría. Trayectoria que hoy la encuentra como una de las máximas referentes argentinas del espacio.

Empezó a dar clases en la Licenciatura en Comunicación en 1987; carrera inaugurada un año antes en la UBA. Fue convocada para dar Semiótica de los medios y, en paralelo, se abrió la materia Semiótica II, dictada por Eliseo Verón. María Rosa lo acompañaba hasta que, pronto, también quedó a cargo. Era vivaz, aplicada y talentosa: “Las primeras experiencias fueron muy reconfortantes, siempre me gustó mucho la docencia. Es cierto, puede que tenga poca interacción con mis alumnos pero toda la vida pretendí cumplir con mis obligaciones en el aula y que todos pudieran aprender. El proceso de docencia e investigación lo afronté de manera complementaria; las clases servían para retroalimentar lo que exploraba a nivel teórico y viceversa”, admite. Y completa, como siempre, haciendo gala de una sinceridad absoluta: “La distancia etaria es fatal. Las conversaciones se tornan más complicadas. Y ello es totalmente entendible en la medida en que los temas que me interesan a mí y los que les interesan a ellos ya no concuerdan”, manifiesta.

Y un día llegó a la UNQ. Se tomó el 98, con buena literatura a bordo, desembarcó en Quilmes y se enamoró pronto. Casi que ni bien entró, un amor a primera vista. “Me gustó mucho cuando la conocí, es una Universidad hermosa. Además, el espacio y los intercambios cotidianos funcionan más a la escala humana, respecto de otras instituciones que tienen comunidades mucho más grandes pero menos sólidas. Es más acogedor. Recuerdo que llegué cuando recién se abría la carrera y toda la gente que discutía sobre los planes de estudio lo hacía con un gran interés y fervor. Una sensación de vitalidad muy linda”. Vitalidad que aun persiste y que muchos de sus colegas también se concentran en subrayar.

Del Coto reivindica a la educación pública, ya que es “la usina que permite las transformaciones de los sujetos en relación con su estilo de vida y sus condiciones sociales”. Cuando la UNQ cumplió 25 años se sorprendió con el porcentaje de alumnos que pertenecían a la primera generación al interior de sus familias: “Eso es algo positivo. Algunas veces no se valora tanto. En las privadas, los alumnos son algo así como clientes que pagan un servicio. Es una lógica muy perversa que no contribuye demasiado”, advierte.

Está próxima a jubilarse pero no descansa. Quiere volver a la lectura desacartonada, a los cuentos de Borges, a la prosa de Onetti. A suspender el análisis y relajarse un poco… pero no tanto. Compró muchísimos libros que tiene ahí, esperando, a que finalmente se decida a volver. Sin embargo, antes, resta una cuenta pendiente: culminar el doctorado de Semiótica en la Universidad Nacional de Córdoba y que su tesis, de una vez y para siempre, se convierta en libro.

El futuro, entonces, la mantiene ocupada. Un provenir que combina la academia y su gusto por la cocina. Sí, hace unas milanesas increíbles; no lo dice de manera directa pero sus ojos y su sonrisa a media asta permiten entrever la especialidad de la casa. “Hago platos refinados para mi familia y amigos. No soy una gran creadora ni innovadora, como te podrás imaginar, pero sigo la receta y sale muy muy bien. Ese es el secreto al final: seguir las instrucciones. Para algo están, ¿no?”.

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