Crímenes y muertes dudosas: los insectos informan primero
Cuando alguien muere, los insectos son los primeros que llegan a la escena. Se trata de testigos privilegiados que se alimentan del cadáver y, en simultáneo, extraen información muy pero muy valiosa. Néstor Centeno es doctor en Biología (UNLP) y docente investigador en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Su campo de estudio es la entomología forense, una ciencia que examina cómo estos bichos ayudan a resolver causas judiciales, develar los protagonistas de crímenes y todo tipo de muertes dudosas.
De modo que a su faceta como investigador se le superpone otra que se le asemeja bastante. Néstor también despliega su maestría como detective y se desempeña como perito del Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires. Así, cuando el deber llama a su puerta, recoge muestras y las explora desde el Laboratorio de Entomología Aplicada y Forense que tiene montado en la UNQ. Algo así como su baticueva, aunque prefiere el guardapolvo a la capa –dice que le sienta mejor con su pelo entrecano–. “En general, los casos en los que trabajamos remiten a personas de un estrato socioeconómico bajo, que vivían solas y que, además, no tenían demasiado contacto con familiares y vecinos. Suelen ser individuos desatendidos que no cuentan con atención médica adecuada y se tarda en encontrarlos”, señala quitándole sacralidad al asunto.
Cuando sobreviene la muerte, conforme transcurre el tiempo, los cuerpos se descomponen a un ritmo cuya aceleración depende de variables centrales como la temperatura. “Cuando es alta, se liberan gases que generan un fuerte olor en el ambiente. Ello alerta a los vecinos que ven la casa cerrada, sospechan y dan el parte a la policía. Si se requiere, ahí estamos nosotros para prestar el auxilio correspondiente”, apunta. No obstante, antes de que arribe cualquier humano, son los insectos los que actúan con mayor celeridad. Sus sentidos se hallan en estado de alerta constante para aprovechar el momento preciso y colonizar espacios húmedos y medianamente oscuros. Un cadáver, como se podrá aventurar, cumple con estas características y los bichos eligen colocar sus huevos en aberturas naturales: la boca, los oídos, las heridas por cuchillazos o disparos. El paso siguiente es la cría de larvas.
La fauna cadavérica es mucha y variada. Por ello, la ciencia –acostumbrada a las clasificaciones– ordena las posibilidades en categorías y determina los roles que cumplen en cada caso de acuerdo a sus características. Los insectos “necrófagos” se alimentan de tejidos corporales en cualquier estadio; después están los “necrófilos”, que son animales afines al cuerpo, pero no comen tejidos, pues cazan larvas y huevos de mosca; los “omnívoros”, por su parte, consumen tanto tejidos como larvas; y por último, los “oportunistas” son aquellos individuos que no son atraídos de modo directo por el cuerpo, pero aprovechan la situación y también extraen su tajada (como puede ser el caso de las arañas). La entomología, de esta forma, se torna en un instrumento fundamental para la estimación de los tiempos post-mórtem. “Conocer los ciclos vitales de las especies y saber en qué época del año aparecen es clave. Por ello, hacemos tanto hincapié en comprender todo el panorama: desde que es un huevo hasta que se convierte en mosca adulta”, explica Centeno.
A pesar del desapego que se funde con la humildad, propios y ajenos saben que Centeno ha aportado su ingenio para resolver situaciones “calientes”, casos intrincados que monopolizaron la agenda de los medios y resonaron en el espacio público. El “Caso Pomar” –la desaparición de la familia que en 2009 se disponía a emprender un viaje en auto y fue localizada luego de 24 días–, el asesinato de Yesica “Marela” Martínez de Villa Tranquila –desaparecida y enterrada en la “Casa del Horror”–, el crimen de Melina Romero (2014), así como también sus aportes sustanciales en causas de delitos perpetrados por la última Dictadura militar, cuyos detalles no puede revelar aun. Pero ya los revelará. Podemos olerlo.
:: Gajes de la profesión
Hace más de dos décadas, Centeno comenzaba a dar sus primeros pasos en la disciplina y realizaba sus experimentos en el bosque de Santa Catalina de Llavallol (ubicado en el partido de Lomas de Zamora). Era un sitio que le gustaba, le parecía confortable, tranquilo, en el que nadie lo molestaba. Días antes, había colocado un cerdo en descomposición y de manera periódica lo visitaba para observar qué clase de fauna cadavérica colonizaba el cuerpo. Como estaba muy hinchado y con las patas estiradas, se vistió de gala: ropa de fajina, el barbijo de siempre, los guantes y toda clase de pinzas para rescatar las muestras del caso.
El lapso de profunda concentración no le impidió, sin embargo, advertir que un puñado de chicos revoloteaban por el lugar y se asomaban, con mezcla de curiosidad y espanto, a observar lo que ocurría.
Cree que la experiencia infantil no habrá sido de las más saludables porque a la media hora, cuando culminaba el proceso, dos policías lo apuntaban con sus “Ithacas 37” y le pedían explicaciones. Pensaban que el científico estaba haciendo una macumba y, para ello, empleaba los cadáveres de animales que previamente había descuartizado. Justo en aquel instante supo que no se había equivocado y, entre sudor y risitas nerviosas, abrazó su profesión para siempre.