“Es necesario prestar atención a la dimensión moral de la violencia”

El hostigamiento policial puede pensarse como una relación desigual entre dos actores bien identificados: las fuerzas de seguridad que cuentan con legitimidad social y, por otra parte, los pibes de los barrios populares que son estigmatizados y etiquetados. Desde aquí, resulta muy interesante recuperar la perspectiva que promueve el investigador Esteban Rodríguez Alzueta desde el Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre Violencias Urbanas de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Un enfoque que reivindica las posibilidades de respuesta que tienen los pibes ante los actos de violencia, y los desmarca de la victimización con la que habitualmente las organizaciones de derechos humanos justifican sus acciones.

 

-¿A qué se refiere el “hostigamiento policial”?
-No solo remite a la detención sino a todo lo que conlleva el acto de “parada de la policía” en la vía pública. Se trata de una práctica que no está fundada precisamente en buenos modales sino que está hecha de risas, provocaciones, burlas, destrato, falsas imputaciones, miradas tajantes, silencios raros, así como también de cacheos y requisas. En conjunto, el concepto apunta a una dimensión moral de la violencia que supera la noción restringida que se efectúa -incluso- desde muchos espacios que luchan por la defensa de los derechos humanos.

-¿En qué sentido?
-En general se asocia a la violencia con las agresiones físicas, aquellas que son susceptibles de ser certificadas porque quedaron inscriptas en el cuerpo. En efecto, los operadores judiciales trabajan con ese tipo de pruebas, es decir, si el acto violento no dejó marcas no se puede probar. Por ello, proponemos que desde los diversos espacios de reflexión, como suelen ser muchas organizaciones no gubernamentales, se comience a prestar mayor atención a la dimensión moral de la violencia.

-Se trata de una violencia policial que no deja marcas en el cuerpo pero sí en la subjetividad de las personas…
-Exacto, porque es una forma de agredir y vulnerar sus identidades. Desde aquí, nos interesa relevar este tipo de prácticas con el objetivo de lograr desarmar aquello que denominamos “hostigamiento”. Incluso, la parada de la policía comienza mucho tiempo antes de lo que comúnmente se cree: cuando observan a un joven que viene caminando y presenta ciertas características (como ser morocho y vestir con ropa deportiva), ya saben de antemano que lo pararán. Del mismo modo ocurre a la inversa: los pibes también saben que en ciertas circunstancias serán detenidos.

-Desde esta perspectiva, ¿cómo realizan sus investigaciones? 
-Bueno, es muy difícil conseguir la autorización para “patear” la calle con un policía, de la misma manera que es complicado presenciar el momento exacto en que practican hechos de violencia como el hostigamiento. Nos interesa, en efecto, saber qué piensan los pibes acerca de esta relación social desigual con las fuerzas de seguridad en la calle.

-Es interesante el análisis que usted realiza del hostigamiento como una relación social desigual. 
-Sí, es que en general se presenta un intercambio entre un adulto armado con legitimidad social y un joven desarmado sin ningún tipo de resguardo.

-Ello no implica que los jóvenes no desarrollen respuestas. Como bien señalaba el filósofo francés Michel De Certau: el débil siempre tiene sus herramientas, sus vías, sus artimañas frente al poder del fuerte…
-Por supuesto, los pibes también aprendieron a responder cuando se hallan en este tipo de situaciones. Saben cómo utilizar la palabra para ablandar a los policías, “los chamuyan para no ser objeto de burlas”. Sin embargo, no deben tensar esas posibilidades porque si superan el umbral de lo posible y lo permitido, pueden ganarse “un correctivo”, “un toque”, que viene en forma de patadas, golpes y traslados a las comisarias. Esa recuperación de las virtudes de los jóvenes pretende dejar de victimizarlos porque al mismo tiempo que son objeto de violencia, son sujetos de estrategias para resolver sus problemas.

-¿Y qué ocurre, entonces, cuando los propios jóvenes se identifican con las características que el sentido común y los medios de comunicación utilizan para describirlos como “pibes chorros”?
-Muchas veces los pibes de las clases más desfavorecidas toman las características que se producen desde otros ámbitos y las cargan de sentidos renovados. Entrenan cualidades y desarrollan destrezas frente a los actores que les plantean obstáculos. Por ejemplo, el hecho de sobrefabular el mito del pibe chorro implica poner en acto la palabra, el gesto, el movimiento y el cuerpo. Ellos están muñidos de recursos que los ayudan a vincularse de distintas maneras de acuerdo a los interlocutores de turno, como pueden ser los vecinos, otros pibes de barrios cercanos, la policía federal y la municipal, la gendarmería. Cada actor presenta sus particularidades.

-¿Qué usos de la palabra lograron identificar en el trabajo de campo?
-El “chamuyo” que sirve para ablandar a la policía, el “bardeo” que implica el modo que utilizan para relacionarse con los vecinos que los estigmatizan todo el tiempo, el “silencio” que es la manera de vincularse con los gendarmes y el “berretín” que es puesto en funcionamiento con sus pares para hacerles saber que uno forma parte del grupo y no es un extraño. Existen experiencias acumuladas que se transmiten y los ayudan a la hora de decidir.

-¿Y cómo sigue en la actualidad? ¿Cómo se complementan sus abordajes con otras metodologías?
-Actualmente trabajamos en las escuelas, realizamos talleres sobre violencia policial en instituciones de distintos barrios con diversas posiciones socioeconómicas. También para dar cuenta de la brecha que existe entre los estudiantes que asisten a una y a otra. Un rubio de ojos verdes tiene menos chances de ser destratado que un morocho con ropa deportiva. Ello se complementa con entrevistas y grupos focales.

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