Hablar de ciencia ya no es lo que parece
Para hacer filosofía de la ciencia, independientemente de la formación inicial que cada individuo escoja, existen dos condiciones necesarias: saber ciencia y saber filosofía. Y Pablo Lorenzano, como podrán aventurar, sabe mucho de ambas. En el último tiempo, ha concentrado sus esfuerzos en construir un código común capaz de regular los actos comunicativos en el escenario científico. ¿A qué se refiere? Básicamente, como un término puede expresar más de un concepto –tanto que, a veces, algunas palabras parecen resistir una polisemia infinita– su objetivo es generar un consenso para que todos los investigadores, más allá de sus disciplinas, hablen el mismo idioma. Algo así como un diccionario para clasificar, ordenar el desorden y caminar con mayor firmeza en un escenario plagado de irregularidades. Sin embargo, queda dicho: “el problema no está en la falta de definición sino de precisión”, anticipa. Veamos de qué se trata.
-Usted se dedica a la filosofía de la ciencia, ¿qué estudia en concreto? A priori, parecería ser un área bastante amplia…
-Se trata de reflexionar sobre la ciencia de una manera filosófica. Ello implicaría preguntarse –previamente– acerca de qué es filosofar, todo un campo susceptible de ser abordado en sí mismo. Por otra parte, también existe una distinción entre lo que se denomina “filosofía general de la ciencia” –que se concentra en vincular y analizar los rasgos comunes entre los distintos espacios de conocimiento– y aquellas “filosofías especiales de la ciencia”. En este caso, se ubicarán las ciencias formales por un lado (lógicas y matemáticas) y las empíricas o fácticas por el otro (naturales, sociales, humanas); de las cuales se desprenden las diversas disciplinas como la sociología, física, química, biología, economía, etc. Se trata de una clasificación burocrática-administrativa que no se condice con la forma en que se accede al conocimiento.
-En este sentido, se destacan sus trabajos en filosofía de la biología. La evolución, por caso, implicaría un área muy rica para pensar “filosóficamente”…
-Siempre fui curioso, de hecho, hay muchos campos que me interesan y que me he preocupado por abordar. Desde hace tiempo comprendí que si entendía la historia de un tema en particular podía abordar mucho más rápido y de manera más acabada el fenómeno puntual que pretendía estudiar. En este sentido, como señalás, me preocupé por la evolución, pero también por la genética clásica y la ecología. Dentro de estas preocupaciones hay conceptos “metacientíficos” –términos para hablar acerca de la ciencia– que forman parte del vocabulario usual de los investigadores.
-¿A qué se refiere?
-Me refiero a los conceptos de “teoría”, “ley” y “modelo”. En el último tiempo, me centré en intentar definir este tipo de nociones porque, tal vez, no estaban tan claras cuando eran empleadas en el discurso de los científicos. A pesar de la segmentación entre las disciplinas, en sus contactos diarios –cuando llenan formularios así como cuando investigan y escriben papers– aplican lenguajes que pertenecen a otros campos de estudio de una manera muy rudimentaria y poco precisa. Están muy extendidos los empleos metafóricos o figurados, sin advertir que la identidad terminológica no implica identidad conceptual.
-¿Algún ejemplo?
-En muchos de los textos científicos se encuentran expresiones tales como “hipótesis”, “mecanismo” y “paradigma” –entre otras– que son empleadas con una diversidad de significados variopinta. No hay homogeneidad. En efecto, este puede ser un punto de encuentro entre quienes reflexionamos acerca de la ciencia y los que la practican a diario. Si nosotros clarificamos qué es lo que efectivamente están diciendo podemos comprender aquello que quisieron enunciar y caminar con pies más firmes. Solo por el hecho de emplear los mismos términos no quiere decir que hablemos de lo mismo.
-Sería como un diccionario para científicos…
-De lo que se trata es de establecer ciertas normas de comprensión mutua, que no equivale a hallar definiciones. Sin ir más lejos, no tengo que definir el concepto “silla” para poder entender a qué nos referimos. En efecto, uno puede utilizar términos no-definidos pero que sean igualmente precisos; de hecho, la ventaja de que sean conceptos abiertos es que siempre podemos encontrar nuevos casos de aplicación. Por supuesto que podrá haber zonas grises, ya que algunas veces no será tan fácil distinguir una silla de un sillón.
-Sin embargo, en ese objetivo de constituir ese diccionario para ganar precisión conceptual y unificar criterios, siempre estaría presente la subjetividad de quien lo diseña.
-Preferiría hablar de “intersubjetividad”, en la medida en que lo que es para nosotros el mundo depende de nuestros sistemas conceptuales y de nuestro aparato sensorial (acceso a través de los sentidos y las percepciones) pero también de lo que efectivamente es. El problema de pensarlo como plenamente subjetivo invita a pensar que es un asunto arbitrario o fruto de decisiones personales y en verdad no es tan así. El asunto no está tanto en la definición sino más bien en la precisión.