“La Universidad debe convertirse en una agencia de desarrollo”

Latinoamérica necesita de un menú regional para combatir la desigualdad. Sus realidades paralelas, sus espasmos de desarrollo y profundo retroceso así lo demandan. En este afán, resulta fundamental la intervención de Estados nacionales capaces de orientar economías basadas y sostenidas en la piedra del conocimiento y las innovaciones. Al mismo tiempo, la receta se cierra con un último condimento: el compromiso de los empresariados autóctonos con los engranajes productivos locales y no con sus propias billeteras, como ha ocurrido hasta el momento. El economista Gustavo Lugones –investigador, profesor Emérito y rector (2008-2012) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)–pinta un paisaje de oscuridades signado por gobiernos neoliberales que desempolvan sus libritos y los traen, alegres y como si fueran nuevos, bajo el brazo. Sin embargo, nunca deja de ser optimista, entre otras cosas, porque existen las universidades: referencias ineludibles, lumbre de caminos distintos y futuros mejores.

-Usted se especializa en economía de la innovación. ¿A qué se refiere?
-Es el análisis de los procesos innovativos vinculados con la inclusión al mercado de novedades, ya sea en materia de procesos, productos, comercialización y organización. Una economía de este tipo involucra el interés por el conocimiento que subyace a la producción y su transferencia al usuario. El objetivo es tener economías pujantes que generen una mayor competitividad.

-¿Existe una conducta innovadora en el país? ¿Somos creativos los argentinos?
-Siempre hay buenos resultados para destacar. La búsqueda de ventajas competitivas a través de la innovación incluye un montón de caminos posibles. Sin embargo, el sector empresarial, en general, es reticente a lo disruptivo –a lo que trastoca el equilibrio– por una cuestión muy sencilla: las innovaciones son riesgosas, implican una proyección a largo plazo y son caras.

-¿De qué manera es posible revertir esa postura del empresariado local? ¿Cómo convencerlos de que deben apostar al conocimiento?
-Personalmente trabajé durante mucho tiempo en esa prédica; entrevistaba a referentes de cámaras empresariales, grupos empresarios y empresas pequeñas. A mediados de los noventa, junto a colegas de la RICyT (Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología-Iberoamericana e Interamericana) buscábamos entenderlos en su lógica y construir indicadores que nos permitieran comprender el paisaje completo. Saber a ciencia cierta cuántos apuestan a las empresas de base tecnológica y cuántos no. Seguíamos los preceptos europeos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) volcados en el “Manual de Oslo” y retocamos algunos puntos para que las mediciones que realizábamos se ajustaran a la realidad latinoamericana, asunto plasmado en un nuevo documento, el “Manual de Bogotá”, publicado en el 2000. Fue un proceso muy fructífero.

-Tener indicadores propios de innovación es fundamental, sobre todo como un ejercicio soberano…
-Es que necesitábamos indicadores propios para nuestras encuestas. Al comienzo advertimos que nuestros números no eran muy favorables. De hecho, era muy gracioso asistir a las reuniones internacionales, en las que los representantes de las naciones escandinavas se volvían locos con la elasticidad que tenían los métodos desarrollados por los españoles y los italianos. Argumentaban que las técnicas de ellos eran mucho más rigurosas. Por supuesto que al ver nuestros instrumentos de medición se escandalizaron aun más.

-¿Por qué los nuestros eran menos rigurosos?
-Lo que sucede es que las herramientas de medición contienen un fuerte carácter subjetivo. En muchos casos, las propias preguntas que realizábamos los encuestadores pueden llevar a la confusión porque las definiciones que empleábamos eran ambiguas. Imaginá el hecho de preguntarle a un empresario: “¿Usted es innovador?”. En general, todos contestaban que sí, que lo eran, porque asumían que estaba bien ser innovadores, pero todos tenían su propia acepción del término. Por ello es que los indicadores demuestran su utilidad cuando pueden ser comparables y homogéneos; las peras se miden con peras. Lo importante del caso es calcular el impacto social que las innovaciones causan.

-¿A qué se refiere?
-Al modo en que son recibidas y aceptadas por la sociedad. Existen empresas públicas que pueden desarrollar beneficios tangibles y medibles. Por ejemplo, cuando se introduce una vacuna que modifica una situación de salud; o bien, cuando se incorporan innovaciones en las técnicas didácticas a partir de un software que mejora los procesos de lectura/escritura en las escuelas argentinas. Las cooperativas, así como los grupos de economía social y solidaria, protagonizaron la introducción de nuevos conocimientos con impacto.

-¿Qué papel deberían desempeñar los Estados en Latinoamérica?
-Es imprescindible que nuestros Estados regionales orienten y promuevan las innovaciones. En muchos casos se continúa pensando, de un modo erróneo, que la introducción de nueva tecnología perjudica a la mano de obra en el mercado laboral. Se trata de una falsa dicotomía: necesitamos generar conocimientos tecnológicos todo el tiempo y de la misma manera debemos generar empleo. Argentina debe ser capaz de hallar incentivos que estimulen a los actores a buscar nuevos productos, a través de la articulación de sus carteras y dependencias públicas.

-Diferenciación de productos para no depender únicamente de las divisas de la soja…
-Exacto. En este gobierno, los empresarios del sector agropecuario –los grandes jugadores– reducen sus costos para tener precios competitivos en el ámbito internacional. Y, como es bien conocido, la manera más directa que tienen de hacerlo es bajar salarios y generar desempleo. Lo cierto es que existen otras formas de generar competitividad mucho más beneficiosas: aquellas empresas innovadoras que diferencian sus productos generan un mayor abanico de ofertas, pagan salarios más altos y despiertan menores conflictos entre patrones y empleados.

-¿Se puede apostar a generar un clima innovador en este contexto?
-Es difícil. Desde mi perspectiva solo queda resistir, aguantar a que esta larga noche se termine y que llegue algo de luz. Tenemos la obligación de esperar mejores momentos. La ciencia y la tecnología deberían componer un engranaje fundamental del aparato productivo nacional. Hoy están bastante disociadas ambas esferas.

-Por último, la UNQ se prepara para cumplir sus primeros 30 años: ¿qué rol tendría que tener nuestra institución de aquí en adelante?
-A la Universidad Nacional de Quilmes le tengo un cariño y un agradecimiento enormes. Me gustaría pensar en grande y desearía que en los próximos años se convirtiera en una agencia de desarrollo: una institución que continúe con la generación de conocimientos de primer nivel y, sobre todo, que logre que estos avances fluyan y conquisten la cotidianidad de los ciudadanos para satisfacer sus necesidades. Tiene todas las potencialidades para conseguir el objetivo, estoy seguro de que lo logrará.

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