“La convergencia refuerza los niveles de concentración”
Santiago Marino es Doctor en Ciencias Sociales, Magíster en Comunicación y Cultura y Licenciado en Ciencias de la Comunicación, recibido en la UBA. Sin embargo, asegura que “la UNQ le cambió la vida” y que, con orgullo, hace una década que forma parte de esta comunidad universitaria, que le enseñó la riqueza de la diversidad e incrementó su cariño por la universidad pública. En la actualidad, se constituye como uno de los principales referentes que tiene esta casa de estudios en el campo de las industrias culturales (política y gestión) y, aquí, comparte en qué consiste el proyecto que hoy lo encuentra como director: “Mercado y políticas para el Espacio Audiovisual Ampliado argentino”.
-Comencemos por el principio, ¿a qué se refiere el concepto de Espacio Audiovisual Ampliado (EAA)?
-Para recuperar el concepto, primero, necesito ir hacia atrás. Para mi tesis doctoral trabajé en un análisis comparativo de las políticas públicas que históricamente se aplicaron al cine y a la TV por cable en Argentina. Con el tiempo, ese interés se extendió hacia el sector audiovisual en su conjunto e incluyó a otros espacios como la TV abierta y la radio. Así, a partir de la consolidación de internet y la emergencia de los distribuidores de contenido que operan en esta plataforma (denominados “OTT”, over the top, como es el caso de Netflix) comenzamos a pensar en que las formas vigentes para clasificar el objeto no eran suficientes. La convergencia hizo crujir los mapas de pensamiento con los cuales reflexionábamos acerca de estas realidades puntuales.
-De ahí la construcción de una categoría capaz de adecuarse a la comprensión de una realidad distinta…
-Sí, advertimos que las categorías que empleábamos servían para describir algunos procesos pero no todos. El desarrollo tecnológico, la apropiación del mercado y los usos sociales implicaron una necesidad que nos obligamos a satisfacer. Había rasgos que, si bien en el pasado eran particulares de cada sector, empezaban a combinarse. Así surgió la idea del EAA como un escenario donde las tecnologías quiebran antiguas sinergias y generan nuevas. Para graficarlo con un ejemplo clásico que sirve para pensar la lógica de distribución y consumo: cuando uno mira una película en Netflix desde su hogar, a través de una pantalla muy grande y con una calidad de sonido importante: ¿se asemeja más a la práctica de mirar televisión o de ir al cine?
-Entiendo, las fronteras se vuelven difusas. ¿Y qué hay de la producción?
-Allí también ocurre algo similar. Puede tratarse de un contenido que, aunque por formato y género podríamos asimilarlo con la televisión, asume una lógica de producción cinematográfica porque sus ciclos no se extienden en el tiempo.
-Las transformaciones tecnológicas y los modos emergentes de interacción social, ¿han favorecido la emergencia de nuevos actores o los dueños de la palabra son los mismos de siempre?
-En términos de la industria cultural que funciona en el marco del EAA pongo en duda la existencia de nuevos actores produciendo nuevos contenidos. Me refiero, por supuesto, a aquellos que caminan por fuera del mainstream; porque cualquiera podría señalar que Netflix es un jugador nuevo. YouTube, por su parte, es un medio que, por un lado, permite viralizar contenidos ya emitidos por los actores tradicionales en otras plataformas y dispositivos; así como también permite la emergencia de nuevos productores de sentidos. Sin embargo, en términos generales, la convergencia refuerza los niveles de concentración y posiciones de centralidad preexistentes de los antiguos constructores de relatos.
-Ahora bien, ¿qué ocurre con las políticas públicas aplicadas al EAA? Su proyecto apunta a explorar lo sucedido a partir de 2016…
-Las políticas de 2016 en adelante se articulan con el propósito de desmontar la estructura heredada. En otro orden, parten de un axioma que indica que “la convergencia nos tornará libres e iguales”, es decir, no hace falta fomentar la producción de sentidos por parte de los actores más débiles porque en internet todos tendríamos “equivalentes capacidades”. Se caracteriza, además, por la centralización en el proceso de toma de decisiones para el diseño de las políticas, materializada en las modificaciones al marco regulatorio vía decretos.
-¿Cuáles son los efectos de esas políticas?
-Son dispares. En principio, no se comprueba la equivalente capacidad de todos los actores en un entorno convergente sino que se produce una mayor concentración de la propiedad. Sin ir más lejos, la fusión de Grupo Clarín con Telecom crea un jugador que ostenta posición dominante en casi todos los sectores de las industrias culturales, en especial, en la provisión de servicios de conectividad. Con ello, se abren nuevos desafíos que han colocado al Estado en un lugar que hoy tiene que volver a justificar la necesidad de su accionar.
-Pero el Estado interviene, incluso, cuando se cree que no está interviniendo.
-Tal cual. El Estado, a partir del gobierno macrista, no dejó de intervenir sino que opera a través de la re-regulación, esto es, reconfiguró los objetivos de su intervención. De hecho, durante los primeros 20 días de mandato se tomaron una serie de medidas muy significativas. Quizás lo que haya que discutir es qué accionar implementó. Rápidamente es posible advertir que aplicó al mercado de la comunicación y la cultura las mismas reglas que a cualquier otra área de la economía: la defensa de la competencia que, como comenté recién, favoreció la articulación de posiciones concentradas.
-El problema es que, a diferencia de otras áreas de la economía, la comunicación y la cultura tienen un valor simbólico.
-Por supuesto, se trata de mercancías con valor material pero también simbólico. Ello implica factores que lo convierten en un espacio singular por sus aportes al pluralismo y la democracia.
-Cuando refiere a “desmontar la estructura heredada” asumo que en parte piensa en la Ley 26.522. Observada a la distancia, ¿para qué sirvió la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual?
-Sirvió para muchas cosas. En primer lugar, para reconfigurar el rol del Estado en la lógica de administración del sistema comunicacional y regular a contramano de la tendencia mundial, tomando como guía el derecho humano a la información. Luego, fue importante como mecanismo para articular el reconocimiento de derechos de un conjunto de organizaciones que, históricamente, fueron relegadas del sistema. En tercer término, demostró que la sociedad argentina puede generar un debate (audiencias públicas en todos los niveles de la ciudadanía y poderes del Estado) capaz de representar a múltiples voces y espacios y que, como resultado, surja un nuevo marco regulatorio robusto y legítimo. Ello instaló una situación que pasaba desapercibida para los que no se preocupaban habitualmente de estos temas; que la mayoría de los medios son empresas que construyen representaciones en base a sus intereses, necesidades y demandas. Quizás el principal problema estuvo en pensar a la Ley como punto de llegada y no como punto de partida.
-Comparto, el camino siempre es de largo aliento. Por último, la UNQ se prepara para cumplir 30 años y nos gusta conocer las opiniones de nuestros docentes investigadores al respecto. Te formaste en la UBA pero decís que Quilmes también es tu casa. ¿Por qué?
-Porque tengo muchísimo compromiso con esta casa de estudios; para decirlo de manera simple: a mí esta Universidad me cambió la vida en muchos aspectos. Hace diez años estoy aquí así que ya puedo sentirme orgulloso de decir que estuve presente durante un tercio de su historia. Vine en 2009 con la intención de construir una carrera en docencia-investigación y, a diferencia de otras experiencias, siempre supe que llegaba para quedarme. Desarrollé un vínculo con el territorio y con su comunidad que implicó conocer otras perspectivas; aprendí de una diversidad tan grande como enriquecedora. He tenido alumnos más grandes que mis viejos, que estudiaban después de que sus hijos se graduaran. Algo increíble. Felizmente, de eso no se vuelve.